La segunda vuelta electoral, que define al presidente del bicentenario, nos dividió. Sin importar la validez de las razones, arrastra complejos, resentimiento, olvido y miedos. A pesar de eso, se puede convertir en una oportunidad.
No podemos vivir en medio de injusticia, inseguridad, corrupción, impunidad, pobreza, desnutrición, anemia, violencia, muerte y un largo etcétera y seguir como si no pasara nada. Una parte del país esperó su turno en “el crecimiento” hasta que se cansó y lo expresó en las urnas.
No estoy de acuerdo con la violencia de los actos y las palabras. Ante la cuasi exigencia de la descalificación como compañera del argumento, planteo la urgencia del diálogo y el consenso, que no es sinónimo de claudicar en los ideales y convicciones.
Señalé que votaría por Keiko Fujimori, no oculté el dilema que significó tal decisión, pero para mí era la alternativa para sostener y corregir la implementación de la economía social de mercado, que fue la respuesta para la reconstrucción de Alemania: crecimiento económico y descentralización del poder.
En 1979, la Constituyente, a partir del impulso del PPC, incorporó la lógica y los principios de ese modelo, el que ha permitido el desarrollo del Perú, pero no se implementó la descentralización, ni la intervención mínima y oportuna del Estado, necesaria para que, a partir de “lo social” como componente más importante, se cierren brechas y se genere igualdad.
Planteamos y defendemos que nuestro país necesita dos estrategias, una que continúe el desarrollo y otra que lo haga sentir en los lugares en los que no llegan ni la luz ni el agua ni la esperanza.
El 6 de junio, día de la segunda vuelta electoral, se inició una etapa larga y tortuosa de cómputo de votos que termina con el pronunciamiento del jurado. Debería terminar también con la polarización que lideraron los extremos que nos envolvieron.
Este limbo no nos permite proyectarnos, y aunque la vigilancia ciudadana debe soportar la construcción del futuro y no permitir desviaciones dictatoriales, no podemos olvidar que hay temas por resolver que nos necesitan unidos.
La salud, que nos pone en un dilema de vida o muerte y que hay que atender con diligencia y sentido de urgencia. Si los políticos no servimos para eso, no servimos para nada.
También la educación, mediocre y sin capacidad de generar igualdad de oportunidades, afectada aún más por la brecha digital y tecnológica y la precaria situación de vivienda e infraestructura de gran parte del país.
Asimismo, el respeto a la ley y a las instituciones, empezando por la decisión del JNE. Necesitamos un Poder Judicial y un sistema de justicia eficiente y eficaz.
También es necesario un sistema político predecible en el que los ciudadanos confíen, con órganos electorales que no tengan cuestionamiento antes y durante los procesos, con autoridades electas respetadas, a quienes se reconoce la legitimidad que dan las urnas.
Somos un país fracturado, podemos escoger entre agudizar lo que consideramos nuestras diferencias o construir partiendo del respeto y sobre la base de nuestra historia, diversidad y multiculturalidad.
El centro, desde el que decidí hacer política, no se define por la política económica de izquierda o derecha, sino en la centralidad del ser humano y su dignidad de la que nacen sus derechos y sobre la que se sostiene el Estado.
En el Perú del bicentenario se evidencia todo lo que hemos pretendido soslayar, ver con objetividad y juzgar con madurez, se permite actuar y construir sobre la base de lo que somos y no de lo que creíamos o queríamos ser. Desde mi perspectiva, eso también se celebra, porque nos permite construir un Perú en el que nadie se siente excluido.