Finalizada la primera vuelta podemos ensayar algunas reflexiones de lo que ha sido la campaña electoral, en un escenario donde los factores políticos, económicos y sociales han confluido con la crisis pandémica. Esta última, sin duda, ha manifestado un protagonismo que cruza transversalmente todas las etapas del proceso electoral en sus aspectos operativos, en la aproximación de los ciudadanos a las ofertas programáticas y en la manifestación de las preferencias de ayer domingo. Con todo, nos deja al final en una situación de suspenso de cara a la votación definitoria de la segunda vuelta.
Una primera reflexión se centra en la apatía del electorado durante gran parte de la campaña. Por un lado, las personas han estado más preocupadas en enfrentar solitariamente la pandemia, ante la inoperancia de dos gobiernos que han dado muestra amplia de su ineptitud. Dejada a su suerte, la población ha estado concentrada, textualmente, en sobrevivir a los contagios y en enfrentar la pérdida generalizada de empleo. En otro tanto, el alto desprestigio de nuestra clase política derivó también en la desilusión del elector que solo al final despertó para dar un giro dramático a los acontecimientos en poco menos de dos semanas.
Adentrándonos más en lo que fue el resultado de las preferencias electorales, podemos apreciar que las mismas han sido el fiel reflejo de una agudización gradual de las condiciones económicas en la última década, la cual terminó recibiendo el “martillazo” determinante con la llegada del virus. Han sido años desaprovechados por nuestros líderes políticos que en lugar de avanzar en las reformas que alentaran a una mayor inversión privada que trajera crecimiento económico y puestos de trabajo, prefirieron dedicarse a la confrontación absurda. Desde hace varios años, diferentes estudios de encuestas manifestaban el clamor ciudadano ante los problemas de corrupción, seguridad ciudadana, falta de empleo y salud. Los mismos trabajos alertaban también sobre el peligroso desencanto con la democracia. Con todas estas piezas ya presentes, una crisis pandémica mal manejada solo podía terminar explotándolo todo.
En un contexto como el descrito, no es casualidad que el voto no solo se haya fragmentado hacia varias agrupaciones, sino que también se haya terminado dando espacio a la presencia de propuestas económicas caducas que creíamos superadas. Así, las propuestas de carácter estatista, las promesas de expropiación y las medidas de control de precios, se vuelven a poner peligrosamente de moda. De hecho, es interesante observar que leyes con similar perfil emitidas por el Congreso pueden haber servido como globo de ensayo para animar a los actuales candidatos a brindar, sin empacho, propuestas programáticas de perfil bastante extremo.
Algunos dirán que no es la primera vez que nos encontramos en una segunda vuelta donde tendremos que elegir entre dos modelos económicos. Sin embargo, creo que la situación actual es bastante singular por cuatro motivos: (i) la profundidad de la crisis, (ii) el nivel de hartazgo de la población; (iii) la debilidad consecuente ante las propuestas mágicas que prometen curarlo todo refundándolo todo; y, (iv) que a diferencia de otras veces, el Perú tiene muchísimo que perder ya que nunca en su historia un modelo económico trajo tan buenos resultados en lo social y económico a sus ciudadanos. Así, en la segunda vuelta del 11 de junio, el país se puede estar jugando más que la elección de un gobernante, sino también la posibilidad de elegir un camino que de ser equivocado puede sumirnos en una ruta que costará muchos años en reconducirla. Lo que se viene en las próximas semanas requiere una seria reflexión.