Liderar la Unión Europea (UE) y sus organizaciones predecesoras siempre ha sido una tarea difícil. Durante mucho tiempo, Francia y Alemania, los dos miembros fundadores más importantes, la gestionaron de una forma relativamente colaborativa.
Pero durante la mayor parte de la última década, una líder ha presidido Europa sola: la canciller Angela Merkel de Alemania. Ahora, mientras se prepara para dejar el cargo, está en marcha una competencia para sucederla.
A la cabeza de esta disputa está el presidente francés Emmanuel Macron, cuyos autoproclamados intentos de darle a la UE un propósito explícitamente político se han visto frustrados hasta ahora. Luego está Olaf Scholz, probablemente el próximo canciller de Alemania, que espera heredar las responsabilidades de Merkel. Y quizá al fondo esté el primer ministro Mario Draghi de Italia, el expresidente del Banco Central Europeo al que se le atribuye haber salvado el euro.
Atormentada por la rivalidad entre Estados Unidos y China, y profundamente dividida en el plano interno, la UE habita un mundo diferente al de los años de ascendencia de Merkel. De hecho, su antiguo trabajo no existe desde hace un tiempo. Hay un vacío en el corazón del bloque por una sencilla razón: la UE ahora no puede ser dirigida. Nadie se convertirá en la nueva Merkel.
Aunque se convirtió en canciller en el 2005, el liderazgo de Merkel fue más breve de lo que muchos creen. No fue hasta la crisis del euro, que comenzó en el 2010, que Merkel se convirtió en el personaje central de todas las grandes cuestiones a las que se enfrentaba Europa.
Durante los últimos meses, Merkel ha carecido del poder que disfrutaba anteriormente. En múltiples cuestiones, Europa está profundamente dividida. Pero no hay razón para pensar que a nadie más le iría mejor.
No obstante, los grandes planes de Macron para Europa, desde una unión monetaria más profunda hasta una mayor capacidad militar e independencia tecnológica, no cuentan con un amplio respaldo. Scholz, por su parte, estará sujeto a las mismas presiones económicas que respaldaron el enfoque de Merkel hacia China. En cuanto a Macron y Draghi, pueden hacer una causa común sobre varios temas, pero son polos opuestos en el tema de Estados Unidos y China.
La realidad, expresada con crudeza, es que ni el futuro canciller alemán ni el Gobierno Francés pueden dirigir Europa. Los compromisos que sus predecesores hicieron entre sí ya no están disponibles. Y en ausencia de liderazgo, Europa se dirige a una sola cosa: la estasis.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times