La gran resignación –el fenómeno de los estadounidenses que dejan sus trabajos en un tiempo récord este año– alcanzó un punto álgido en agosto, cuando 4,3 millones de estadounidenses renunciaron a sus trabajos. Los pronosticadores económicos no esperan que la situación mejore sustancialmente en el corto plazo. Algunos predicen una escasez continua de mano de obra en los próximos meses, lo que agravará los retrasos en la cadena de suministro.
Pero, ¿por qué tanta gente está renunciando? Puede ser porque no necesitan el dinero, como consecuencia de los cheques de estímulo federal, la suspensión de los pagos de préstamos estudiantiles y meses de reducción de gastos. O puede ser que la gente esté preocupada por la seguridad en el lugar de trabajo.
Pero también puede ser que la gran resignación sea una especie de huelga laboral informal y espontánea, una demanda colectiva de los trabajadores de aumentos sustanciales y otras ganancias después de décadas de estancamiento y represión salarial. Si es así, la historia sugiere que este fenómeno podría ser el comienzo de una transformación significativa de las condiciones laborales en este país.
Considere la situación en Francia en las primeras décadas del siglo XX. El país experimentó un déficit de mano de obra durante la Primera Guerra Mundial debido al aumento de la producción industrial y la disminución de la oferta de mano de obra. Cuando terminó la guerra, la pandemia de influenza de 1918 redujo aún más el suministro.
El primer ministro Georges Clemenceau intentó abordar la escasez de mano de obra facilitando la inmigración a Francia de trabajadores, en su mayoría hombres, y alentando a las mujeres y los jóvenes franceses a unirse o reincorporarse a la fuerza laboral. Esta afluencia de trabajadores permitió a muchos empleadores mantener bajos los salarios a pesar del déficit general, lo que a su vez avivó el resentimiento de los trabajadores, lo que llevó a un período de huelgas salvajes y generales en toda Francia entre 1917 y el período inmediatamente posterior a la pandemia.
Cientos de miles de trabajadores franceses organizaron una serie de “grandes renuncias” a nivel nacional a modo de huelga contra las fábricas.
Con el tiempo, estos actos de protesta y rechazo al trabajo a gran escala llevaron a cambios significativos en la legislación laboral y, en algunos casos, a salarios más altos. En 1919, para sofocar los disturbios en un período de inflación de posguerra en rápido aumento y para desalentar el creciente entusiasmo por el comunismo, Clemenceau promulgó una jornada laboral de ocho horas y una semana laboral de 40 horas, unos 20 años antes de que Estados Unidos hiciera lo mismo. Este logro no resolvió todos los problemas laborales y fue socavado con frecuencia por los empleadores en la década siguiente, pero los trabajadores franceses habían utilizado la escasez de mano de obra a su favor para lograr mejores condiciones laborales y salarios.
Si la escasez de mano de obra en el 2021 es en parte una expresión de la insatisfacción generalizada de los trabajadores, el ejemplo francés es alentador. Muestra que los trabajadores durante períodos de déficit laboral poseen una influencia considerable para lograr cambios significativos en los salarios, la legislación laboral y las condiciones laborales.
Pero a diferencia de la escasez de mano de obra en Francia hace un siglo, la escasez actual puede no ser temporal. Los trabajadores estadounidenses podrían poseer aún más influencia en el futuro, dada una fuerza laboral que envejece rápidamente y la sorprendente caída en las tasas de natalidad durante la pandemia de coronavirus.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times