Acabamos de entrar a una nueva era en la construcción del país. El bicentenario ha marcado un hito histórico, pero también una oportunidad que nos llama a revisar qué tipo de nación estamos construyendo y en función a qué valores y a qué concepto de peruanidad hemos estado transitando en la sociedad. En este inusual contexto, la elección de un maestro rural como presidente de la República del Perú, nos invita a repensar cómo se han configurado los espacios de poder, de toma decisiones y del manejo político, social y económico en nuestro país, generados siempre desde el centralismo de Lima y desde una mirada estática y lineal de la peruanidad y de quienes la construyen.
La idea de peruanidad es compleja y casi siempre ambigua. La identidad nacional que nos identifica y que nos moviliza está edificada comúnmente a partir de lo que producimos culturalmente y rara vez en función de las personas que producen y mantienen esa cultura viva y vigente.
La diversidad ha sido tomada en cuenta únicamente en función de la producción cultural como medio de extracción de elementos que son convenientes para fortalecer un orgullo imaginario, pero que difícilmente podemos concebir como una realidad que potencia sociedades y que puede existir sin ser vista como un motivo de división y, por eso, se evapora apenas se plantea la puesta en valor de las diferencias que garanticen el ejercicio de derechos para todas las personas.
La diversidad sustantiva ha sido, entonces, un motivo de orgullo y el origen de la creación de muchos “otros”, que han sido quienes crearon la peruanidad pero que, contradictoriamente, existen fuera de ella.
En estos doscientos años no hemos podido conciliar la idea de una sociedad que cumpla con la promesa republicana de igualdad y, por el contrario, hemos establecido una serie de criterios únicos y limitantes sobre cómo debemos existir en una nación que se ha construido en base a su diversidad.
¿Por qué resulta revolucionario que se plantee, por ejemplo, hablar de “las culturas” o que se promueva un Estado multilingüe si eso debería ser considerado como un requisito en un país naturalmente diverso? Estas elecciones nos han ayudado a romper con esa manera tan lineal –y a veces limitante– de entender la peruanidad como un concepto estandarizado que termina convirtiéndose en un molde que excluye en vez de integrar y que no construye a partir de las experiencias diversas de quienes habitamos este territorio
Este llamado no debería ser parte de un proyecto ideológico ni politizado y, por el contrario, debería llevarnos a revisar esas maneras múltiples de construir nuestras identidades y entender la diversidad como algo que potencia y que no debería ser impedimento para que se ejerzan ciudadanías plenas. Al final del día, es importante que no olvidemos que “el otro” somos todos.