La comediante Norka Gaspar, en el programa “Complétala” –que comparte con Ricardo Mendoza en un canal de YouTube– narra lo siguiente: “yo he visto llorando a una niña en el micro. Había un huevo de gente y la niña estaba parada llorando. En un movimiento veo que había un señor atrás de ella que se había sacado el pene del pantalón y le había agarrado la mano a la niña para que lo masajee”, “Lo primero que hice fue abrir mi lonchera y dije me lo como”. Luego Mendoza la interrumpe: “si la niña no lo quiere…”. Se oyen risas del público.
La violencia que transmiten cada una de las letras de aquellas palabras es enorme y si bien de manera masiva se ha rechazado el incidente bajo el ‘hashtag’ de #NoEsBromaEsViolencia, hay públicos que celebran el ingenio del relato bajo el supuesto de que se trata de un humor “fuerte, crudo, duro y un poco imbécil” como se promociona dicho programa.
Pero claro, la pregunta de rigor es si es dable reírse de cualquier persona en el contexto de un programa cómico. ¿No es la función del cómico el desenfado o la crítica? Aquí debemos ser tajantes. No solo existen distintos tipos de humor con sus diferentes particularidades como el sarcasmo, la ironía, la agresión, la burla o el humor blanco, entre otros; sino que no es lo mismo reírse del poderoso que del vulnerable. El humor político – como burla del poderoso– precisamente va dirigido a figuras públicas que inciden en la ‘cosa pública’ y, por tanto, el humorista señala, protesta, hace ver y con cierto descaro, porque ese que señala es un personaje puesto en vitrina. Por tanto, este tiene la posibilidad de responder y de defenderse. Aun así, depende de su correa y del momento político en que se encuentra para tolerar ciertos temas humorísticos. En el contexto de la política, los humoristas saben que hay límites cada vez más claros sobre ciertos tópicos como son el sexismo o el racismo. Las redes sociales han hecho los suyo permitiendo que la ciudadanía se pronuncie. Lejos están los años en que se permitían los chistes sexistas o racistas en la esfera pública, sin reacción de instituciones y ciudadanos.
Pero la tremenda violencia que transmiten las letras del relato sobre la niña del micro se ancla en el hecho de que se trata de una menor de edad que se encuentra en extrema vulnerabilidad, sola y presa de violencia sexual. No se trata de un personaje público poderoso. Vuelvo a señalar que hay que ser tajantes con esto. No podemos reírnos de ningún niño o niña que sufre algún tipo de violencia, física, sexual o psicológica. No podemos reírnos de quien no se puede reír de sí mismo en una situación como la descrita.
Vale la pena analizar más en profundidad la narrativa de los cómicos con respecto al pene en cuestión y a los roles de ambas: niña y mujer. En un primer momento, se relata que el agresor saca el pene de su pantalón y agarra la mano de la niña para que lo masajee; mientras ella utiliza una metáfora de castración (“Lo primero que hice fue abrir mi lonchera y dije me lo como”). Esto es, la cómica no defiende a la niña de la violencia, el acto violento de ella se suma a la violencia del hombre. Luego Mendoza –su compañero de programa– añade que la cómica puede castrar al agresor, solo en caso de que la víctima desee asumir la violencia y desearla.
Así, la niña, según el relato es victimizada varias veces. No alcanzan las disculpas que lanzaron los conductores del programa del canal de YouTube “a quienes podrían verse afectados” y que ellos no son sexistas, machistas, racistas y un largo etcétera. Las palabras son el inicio de la violencia porque la naturalizan. Y en ese sentido, no se trata de deshacerse de la responsabilidad de lo expresado, sino de asumir la responsabilidad de un modo activo.
Finalmente, cabe reflexionar acerca de la responsabilidad ética de los comunicadores no profesionales como es el caso de los cómicos a los que nos referimos, en la medida en que muchos de ellos pueden llegar a tener millones de vistas de sus programas. En este ecosistema comunicativo solo nos queda confiar en los buenos ciudadanos.