Una transición verdadera y sostenible no depende exclusiva ni principalmente de los poderes del Estado. No se puede esperar que estos dejen en el pasado aquello que sigue presente en las personas y en la sociedad. Si queremos transición, entonces, tenemos que transitar todos.
Del fatalismo indiferente a la esperanza comprometida y consciente.
Del silencio frente a lo incorrecto al coraje de revelar la verdad del propio pensamiento.
De actitudes autoritarias inadvertidas a dinámicas democráticas genuinamente construidas.
De la corrupción y el poder al imperio de la Constitución y la ley.
Del cerrarse al dialogar. De la superioridad a la humildad.
De la protección de la imagen al reconocimiento de la propia sombra.
De esquivar y eludir a disculparse y asumir.
La juventud transitó con valentía y compromiso por las calles. Al hacerlo frenó un serio ataque a la democracia y abrió un camino. Toca ahora que la transición siga en las calles, en las casas, en las escuelas, en los institutos, en las universidades y profesiones, en los centros laborales y agrupaciones, en nuestros vínculos cotidianos.
Nuestra voz debe ser oída por quien abusa de su poder en la oficina, así como la violencia y el maltrato del profesor deben denunciarse dentro del salón. La decisión arbitraria en la agrupación debe ser revocada, así como la razón del estudiante merece una respuesta justificada. No debemos tolerar el incumplimiento de la ley “porque así funcionan las cosas” o porque “hay que pagar derecho de piso”, ni debemos ceder a la corrupción por miedo a la sanción. Hacer y cumplir para no chocar no es transitar. No levantar olas para no perder oportunidades no es transitar. Torcer la ley hacia lo que me conviene no es transitar.
Transitar es pasar de un lado al otro, de una etapa a otra, es dejar atrás un modo de vivir e iniciar algo nuevo. En ese sentido, la lucha en las calles y en las redes debe ser también una lucha en uno mismo y en nuestros entornos, donde muchas veces el silencio impera, donde muchas veces no advertimos aquello que criticamos afuera. Estas luchas, que se dan a un nivel micro, requieren que nos arriesguemos con el mismo coraje por el bien de nuestro país y nuestra sociedad.
El tránsito hacia la vida verdaderamente democrática debemos darlo todos. Representar, así, no será solo velar por el interés del elector: será también reflejar el buen vivir que emana del pueblo. De lo contrario, proyectaremos en los poderes del Estado los anhelos que no buscamos en nuestra propia vida. Y así el pasado seguirá presente, sin que surja nueva vida de la muerte.