La semana pasada la Academia Sueca anunció a los galardonados con el Premio Nobel 2020 y, de los ocho laureados en las categorías científicas (Medicina, Física y Química), tres son mujeres.
Andrea Ghez, de la Universidad de California (Los Ángeles), compartió el Nobel de Física con el alemán Reinhard Genzel, del Instituto Max Planck, por el descubrimiento de un objeto compacto supermasivo en el centro de nuestra galaxia; un agujero negro que se encuentra engulléndolo todo en el núcleo de la Vía Láctea. Mientras que Emmanuelle Charpentier (Unidad Max Planck, Berlín) y Jennifer A. Doudna (Universidad de California, Berkeley) compartieron el premio en Química por sus avances en el desarrollo de un método de edición del genoma –la herramienta CRISPR/Cas9– que permite modificar con alta precisión el ADN de animales, plantas y microorganismos.
Si bien vemos una alta cuota femenina en los premios de este año, lo cierto es que existe una gran brecha de género en el reconocimiento de la Academia Sueca al trabajo de las investigadoras. Desde 1901, solo 23 mujeres han recibido el Nobel en las categorías de ciencia; esto es, apenas el 3,6% de los 624 premios que se han entregado en este lapso en dichas categorías. Ello, pese a que cerca del 30% de los investigadores en todo el mundo son mujeres, de acuerdo con cifras de la Unesco.
De estos 23 premios a mujeres en las categorías de Química, Física y Medicina, 12 se otorgaron recién a partir del año 2000, y aunque esto podría ser una señal de que la tendencia histórica del premio se viene revirtiendo, cabe señalar que en ese mismo período 198 hombres han obtenido el reconocimiento.
Parte de la ausencia de mujeres en las ciencias se explica por su presencia tardía en el mundo universitario y en las sociedades científicas. El acceso a las instituciones científicas estuvo vedado para las mujeres hasta fechas increíblemente cercanas. En las universidades inglesas no se las aceptó hasta 1870; en las francesas, hasta diez años después; y en las alemanas, hasta 1900. Las universidades estadounidenses, de más reciente creación, no fueron muy diferentes en este aspecto. Las academias científicas tardaron aun más en admitir a mujeres. Recién en 1945, la Royal Society de Londres las admitió, a pesar de que tenía casi 300 años de existencia. Más de 100 años después de la fundación de la Academia de Ciencias Francesa, recién se aceptó a una mujer como miembro. Ni en los estatutos de la Royal Society ni en los de la Academie Royal se prohibía expresamente la presencia de mujeres. Esta segregación se debía, más bien, a que los miembros de estas sociedades eran hombres y, por ende, compartían políticas e ideología obviamente masculinas. Por eso, incrementar la presencia de las mujeres en el ámbito de las ciencias es indispensable, pues el solo desequilibrio numérico entre géneros puede seguir fomentando una segregación involuntaria.
En la esfera nacional, de las y los 5.500 investigadores calificados en el Registro Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Renacyt) para octubre de este año, solo 1.701 (el 31%) son mujeres. En cuanto a su vinculación con áreas del conocimiento OCDE, se evidencia que las investigadoras tienen una representación proporcional a la de los investigadores en varias disciplinas, aunque en algunas –como las Ingenierías y Tecnologías–, tan solo un 6,7% de investigadoras trabaja y publica en este sector.
Para corregir estas desigualdades hace falta compensar la brecha con acciones afirmativas. Este tipo de medidas no atentan contra los criterios de excelencia científica. No se trata de abolir el mérito, sino de evitar que la aplicación de ese criterio se vea obstaculizada por la existencia de sesgos y por dificultades previas en las carreras de las mujeres. Algunas de las medidas que estamos poniendo en práctica en Concytec responden a esta lógica. Por ejemplo, a igualdad de méritos científicos, y siempre que se supere un umbral de calidad académica, optamos por los grupos de investigación que incorporen más mujeres o que sean liderados por mujeres; y a igualdad de requisitos académicos, preferimos comisiones paritarias en los procesos de selección y evaluación.
Es imprescindible acometer el desafío de incorporar a más mujeres en las profesiones científicas, a través del debate, sensibilización, mentoría y capacitación, así como mediante la eliminación de las barreras sociales y culturales. No podemos esperar otros 100 años para tener a más mujeres laureadas con el Nobel. Es tiempo de actuar: academia, Gobierno y empresa necesitan poner un renovado énfasis en el desarrollo profesional de las mujeres como un recurso para el progreso de ellas, de la ciencia y la tecnología, de las empresas y de las economías. No con el ánimo de excluir a los hombres, sino con el de construir una nación igualitaria, justa y competitiva, que los 33 millones de peruanos necesitamos para el bicentenario.