Un 11 de setiembre, hace exactamente 20 años, despertamos viendo en la televisión los atentados de Al Qaeda contra las Torres Gemelas, en Nueva York. Aquellos ataques mostraron al terrorismo internacional en su máxima expresión. Ese día escuchaba y veía noticias que, entre lágrimas, ponían en contexto aquella barbarie.
Ayer, escuché que murió Abimael Guzmán, y vi cómo se relataban los atentados y lo que hizo en vida el cabecilla del grupo terrorista más sanguinario de América Latina, y pensaba en los jóvenes que no vivieron la crueldad que representa, ni la maldad ni las consecuencias de sus actos e ideas. Se trató de un miserable que solo trajo dolor y muerte.
Es absurdo que los seguidores de Abimael Guzmán todavía usen el trillado discurso que pretende justificar la muerte que sus huestes sembraron segmentado el país entre “ricos” y “pobres”, entre el “campo” y la “ciudad”, o mencionando la opresión del poder económico. La verdad es que nadie les cree. El terrorismo mató a los más pobres. Mejor digan la verdad: los que sembraron el terror buscaron el poder sin importar cuantas vidas les costase en el camino.
Recordemos Soras, Lucanarmarca, Tarata y tantas crueldades más. Soras representa todo lo que hay que corregir y recordar. Además, permaneció olvidado hasta el año 2013, cuando, a partir de la búsqueda de la verdad por parte de los familiares de las víctimas, se logró evitar la liberación de los terroristas Osman Morote y Margot Liendo.
Solo la memoria garantiza la no repetición. Solo la justicia permite la paz.
Soras es un hermoso lugar en Sucre, Ayacucho. Puedes llegar allí pasando por Huamanga, Huancavelica, Apurímac o Nasca, recorriendo hermosos paisajes y pueblos que –en su mayoría– han permanecido fuera del radar de la política y del desarrollo.
En 1984, Quispe Palomino, dirigido por la cúpula de Sendero Luminoso e inspirado en la demencia de Abimael Guzmán, masacró al pueblo a machetazos y pedradas. En total, 117 personas fueron asesinadas en una sola noche por jóvenes; esos que hoy están escondidos en el VRAEM, sirviéndoles como sicarios a los narcos y manteniendo como rehenes a niños que son fruto de la violación constante de sus madres que, a su vez, son hijas de otras mujeres violadas o secuestradas en los 80 en los pueblos asháninkas y en otros pueblos de la zona a quienes se llamó “masas”.
Eso fue Guzmán: muerte, miseria, sangre y dolor. Un cobarde que, escondido y ensuciando las aulas de la gloriosa Universidad San Cristóbal de Huamanga, sembró la muerte por todo el país.
A los lectores, les digo que no se preocupen: no hay ninguna posibilidad de que se construya impunemente algún mausoleo en su nombre. Esto se resolvió cambiando la ley de cementerios porque ningún juez quiso dar la orden para demoler al que se construyó en Comas para los terroristas. Esa ofensa a la memoria del país es solo comparable con la vergüenza de nombrar ministros con investigaciones y acusaciones de vínculos con Sendero Luminoso. Los ciudadanos no nos podemos quedar callados frente a la afrenta que significa para un peruano que llamen ‘heroína’ a una terrorista o que pretendan ignorar el justo reclamo por contar con autoridades sin cuestionamientos o presuntos vínculos con SL.
Hoy tenemos que estar unidos y, para eso, hay que dar los pasos sin miedo. Por nuestro país, por los más jóvenes y, sobre todo, por los más pobres, que han sido usados desde siempre con el objetivo de enfrentarnos entre peruanos en lugar de trabajar para generar crecimiento, desarrollo, igualdad de oportunidades y progreso.
No tenemos que pensar igual. No tenemos que olvidar que hay juicios y cuentas pendientes. No tenemos que negar la historia. Pero, sobre todas las cosas, no podemos, bajo ningún supuesto, cederle un centímetro al terrorismo.
Construyamos juntos el Perú de las oportunidades y la esperanza que queremos, exigiendo respeto a la memoria y a la historia. Terrorismo nunca más.