Era el año 2014 y nadie imaginaba que la invasión de un país estaba en curso y, peor aún, que el resto del mundo lo iba a permitir. Ucrania vio cómo parte de su territorio –la península de Crimea– era anexada a Rusia, lo que desencadenó un conflicto que aún sigue sin resolverse; un conflicto que, además, encarna la confrontación de siempre: Rusia versus Occidente.
Los habitantes de Crimea decidieron, por aplastante mayoría, adherirse a Rusia, mientras que Moscú siempre argumentó que el territorio fue parte de su imperio desde el siglo XVIII. Pero lo cierto es que una jugada maestra de Vladimir Putin permitió que la península se separase de Ucrania, país que, desde la disolución de la Unión Soviética, ha preferido mirar hacia Europa y no hacia Moscú, algo que sigue perturbando al líder del Kremlin.
Sin embargo, el asunto no bastó con Crimea. Separatistas prorrusos en la región del Donbás, en el este de Ucrania, iniciaron una confrontación con el ejército ucraniano en el 2014, con el evidente apoyo de Moscú, con el afán de ser una entidad independiente, pero bajo la protección rusa. El conflicto continúa y se ha vuelto a potenciar ahora, convirtiéndose en el eje de una nueva preocupación.
Según la inteligencia estadounidense, unos 175 mil soldados rusos han sido desplegados en la frontera con Ucrania y, de acuerdo con militares ucranianos, Rusia estaría planeando una intervención militar entre enero y febrero del 2022.
Este fue el principal motivo de la videollamada de esta semana entre Joe Biden y Putin: asegurar que no haya una invasión de Ucrania. En el diálogo, el estadounidense le advirtió al líder ruso sobre sanciones económicas más fuertes, mientras que Putin pidió garantías de que la OTAN –la alianza del atlántico norte– no seguirá expandiéndose hacia su zona de influencia.
Sin embargo, los ejercicios militares que realiza la OTAN cerca de la frontera rusa son algo inadmisible para Putin, además del consistente apoyo en armas y logística que recibe el ejército ucraniano de los países occidentales.
No obstante, debajo de los fusiles y tanques, hay un elemento vital: el gas. Estados Unidos sabe que tiene a los europeos de su lado, pero sabe mucho más que el Viejo Continente depende de la energía rusa. Rusia suministra una cuarta parte del petróleo de la UE y el 40% del gas, y el gasoducto Nord Stream 2, que está muy cerca de iniciar operaciones, permitirá el traslado del hidrocarburo desde Rusia hasta Alemania, sin pasar por territorio ucraniano.
Siendo así, ambas partes están presionando botones para no ceder y no llegar a una abierta confrontación militar, pues el contexto es diferente al del 2014: los ucranianos están mejor preparados militarmente, hay una crisis migratoria en la zona, la pandemia está lejos de menguar y hay una inflación global en ciernes.