Cerca de dos millones de jóvenes estudian en aproximadamente 1.000 instituciones de educación superior en el Perú. Pero mientras los jóvenes sí pueden ir al estadio, a centros comerciales, al cine, a la playa, de viaje, etc., hasta ahora el Ministerio de Educación, a través de la Dirección General de Educación Superior, no ha exigido a las universidades e institutos públicos y privados que presenten un plan de retorno a clases con 100% de presencialidad.
¿Por qué esa diferencia con respecto a los escolares? ¿Acaso no es igualmente importante cuidar la salud mental de los jóvenes y procurar que reciban una educación de calidad? ¿Por qué no se les exige a las universidades e institutos el mismo nivel de compromiso con los jóvenes que están formando?
Hoy, algunas universidades e institutos han anunciado que no regresarán a clases o que algunas de sus clases seguirán siendo virtuales. ¿Se puede tener a un joven estudiando de manera virtual durante tres años? ¿Cómo desarrollará sus competencias blandas para que logre trabajar? ¿Cuál es el apoyo de la universidad o del instituto desde el punto de vista psicológico y académico hacia los jóvenes para evitar cuadros de depresión y abandono de clases?
Urge que el Ministerio de Educación exija que todas las universidades e institutos públicos y privados cuenten con un plan de regreso a clases para todas las materias y que incluya atención psicológica para sus alumnos y, por qué no, también para sus grupos familiares, en los casos en los que hayan perdido parientes por el COVID-19 o estén atravesando momentos críticos.
Si el Ministerio de Salud considera que se debe reducir el aforo, pues el Ministerio de Educación debe ordenar aumentar el número y frecuencia de las clases. Si el tamaño del campus no lo permite, pues se deben alquilar los espacios que hagan falta. Si se requiere contar con más profesores y psicólogos, pues se deben contratar y ser adecuadamente capacitados para garantizar la educación de calidad que nuestros jóvenes requieren.
Pero la vuelta a clases debe ser con una mirada diferente y aquí me permito plasmar dos ideas complementarias y vitales para incluir como obligatorias en universidades e institutos. En primer lugar, un consultorio de finanzas familiares. En la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia tuve la oportunidad de trabajar en su Consultorio Financiero Familiar. Allí recibíamos a alumnos, profesores y padres para enseñarles sobre finanzas personales y ayudarlos a reorganizar sus gastos y armar su presupuesto. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo y contribuir a que los jóvenes y sus padres aprendan cómo manejar sus presupuestos? En segundo lugar, una vicepresidencia para combatir la violencia contra la mujer. En Estados Unidos existen múltiples movimientos que trabajan con colegios y universidades para erradicar prácticas de violencia física y psicológica contra la mujer. Esta vicepresidencia debe establecer y monitorear que la malla de profesores sea paritaria en caso de que existan mujeres con las mismas competencias que los hombres para ser catedráticos, sancionar a los docentes que emitan comentarios machistas en sus clases, monitorear las razones que explican el abandono de las llamadas ‘carreras duras’ por parte de las estudiantes y promover la empleabilidad de las egresadas, principalmente en posiciones tradicionalmente masculinas. Aplaudimos a las que logran vencer el machismo cuando alcanzan un cargo directivo, ¿pero qué hacemos por las que no lo logran? ¿Cuánto más pudo hacer la universidad para que más mujeres terminen las carreras que inician?
El tema del género debería ser parte de los indicadores que evalúan el impacto positivo que debe aportar la universidad en la comunidad a la que pertenece. Acompáñenme en esta lucha para que todos nuestros jóvenes regresen a clases este semestre. No los dejemos atrás.