Las elecciones del bicentenario no han sido las que pensaba celebrarse. Varios miles de peruanos no lograron superar el COVID-19 y murieron en el camino. Otros tantos miles sufren las secuelas del contagio, en medio de cuantiosas pérdidas de empleo y quiebra de fuentes de trabajo. Cuántos peruanos no han podido velar a sus seres queridos, sumiendo en tristeza y dolor a familias enteras. Pese a todo, la gran mayoría de peruanos fue a votar.
Pero lo hizo, en medio del punto más peligroso de la pandemia, cuando se conoce que un día antes de la elección, el número de muertos llegaba a los 384, el más alto que se ha registrado. Es decir, se superó el temor para elegir a nuestros representantes, pero poniendo en riesgo la salud pública, porque desde ninguna esquina política se quiso discutir la posibilidad de postergar las elecciones. Se han realizado varias en el mundo, pero no en el pico más alto de la pandemia, como la que azota nuestro país. Los efectos en la salud pública se verán en los próximos días, pues de todas maneras aumentarán los contagiados y fallecidos.
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Este es, pues, el voto de un país cansado, deprimido, frustrado y también harto. Es el resultado de cómo nos sentimos y cómo lo demostramos. El Perú arrastra ya décadas de un desempeño deplorable de la élite política, tanto como en la posición de gobernante como la de opositor. Las alternancias han sido de tal naturaleza frecuentes, que ningún partido ha logrado que dos candidatos suyos sean elegidos presidentes. Se han sobrevenido gobiernos que han terminado todos desaprobados. Desde hace tres décadas, todos los gobernantes están siendo investigados por sus vínculos con la corrupción. Es entendible que el elector no solo se aleje de los políticos, sino que los rechace firmemente. El voto en el Perú es un incesante azote a los políticos y una búsqueda de aquel que sea visto como nuevo y que pueda abrir la luz o alguno que de su mano salga el látigo de la venganza o el castigo.
De las primeras muestras de este estado de cosas, ha sido el número alto de partidos y candidatos, así como la intención de voto y el resultado final, con proporciones bajas. Esto es un indicativo de la falta de conexión con el abanico de propuestas que se ofrecía. Nunca antes se había llegado a una segunda vuelta con un puñado de candidatos que, sumados, no llegaba a la mitad del electorado. Candidatos, pues, con bajo apoyo, en un contexto como el descrito, que permitió la aparición de candidatos con mensajes populistas y radicales, en ambos lados del espectro político.
La segunda vuelta, como todas, será polarizada. Pero, en cualquier caso, ninguno que gane podrá aplicar su programa ofrecido. Necesitará generar coaliciones con muchos partidos –que no garantizan cohesión en sus filas–, para ofrecer algo de estabilidad política. Condición esta tan imprescindible ahora que se observa el último quinquenio que se cierra, para encaminar a un país que arrastra tantas deudas de sus gobernantes, que parecen impagables.