“Deporte obsceno, repudiable, arcaico, el boxeo es el más excitante y literario de todos” escribía Osvaldo Soriano sobre la fascinación misteriosa que este ritual salvaje ejerce sobre el público, los periodistas, los escritores. El sábado por la noche el ring volvió a transformarse en un altar donde un par de mastodontes le recordaron al mundo el carácter tribal de la especie humana. Con una violencia telúrica, como dos seres prehistóricos salidos de las cavernas Tyson Fury y Deontay Wilder le ofrecieron al mundo una fiesta tan primitiva como emocionante.
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“En algunas décadas el boxeo como lo conocemos dejará de existir, evolucionaremos y los guerreros aprenderán a combatir de formas más civilizadas” afirmaba, convencido, Sergio “Maravilla” Martínez boxeador profesional y ex campeón de peso medio. Mientras eso ocurre, el pugilismo, el noble arte del aporreamiento, tiene como precepto fundacional el dominio de una técnica que le permite al púgil que la conoce someter al que no. Así, casi un siglo antes de que Ali venciera a Liston o Holmes a Cooney, James L. Sullivan “El Muchacho fuerte de Boston” comprobó impotente como su poder no le alcanzaba para desbaratar al “Caballero Jim Corbett”, un púgil con menor pegada, pero con mejor estilo.
“Para que Fury me gané debe hacer la pelea perfecta por doce largos rounds, a mí me bastan un par de segundos” dijo muy seguro del poder de sus manos Deontay Wilder dos días antes del combate. “El Bombardero de Bronce” como se le conoce al gigante de Alabama posee uno de los rectos de derecha más contundentes de la historia del deporte. Su problema radica en la unidimensionalidad de su boxeo. Contra oponentes de su envergadura o más pequeños aun siendo dominado, soluciona con ese golpe, el cruzado de su diestra, cualquier enredo. Frente a Fury una mole pantagruélica, más alta y pesada que él, sino lo noqueaba en los primeros rounds sus posibilidades de triunfo se reducían sensiblemente.
El inglés, bautizado así en honor a “Iron Mike”, le recostaba el cuerpo encima desgastándolo en cada clinch. Ya para el cuarto asalto Wilder estaba fatigado y no conectaba con la potencia descomunal que acostumbra. La estrategia era tan simple como dar un paso a un costado o al otro para evitar que Fury embista, se amarren y le recueste la humanidad en la osamenta. Su equipo de trabajo no lo vio ni lo preparó para evitarlo. Incurrieron en los mismos errores del pasado: la misma estrategia fallida de febrero del 2020. Nunca se apostó por un triunfo laborioso, trabajando cada round. Se pensó que eventualmente una mano lo pondría a salvo. Los grandes campeones siempre tienen un plan alternativo, Wilder no.
Las piernas de Tyson fueron superiores. Su plan de combate también. Sin embargo, lo que Fury ignoraba era como le latía el corazón al “Bombadero”. Después del cuarto, cuando “El Rey de los gitanos” lo empezó a tener a su merced y el final nos parecía inminente, Deontay se rescató de las penumbras con un amor propio que le desconocíamos. No solo tuvo por el piso dos veces a Fury, sino que exangüe y tembloroso estuvo cerca de consumar una hazaña inolvidable. El público enfervorizado estuvo de pie toda la lucha. Al final, como casi siempre, ganó el mejor. Con un cross terrible Tyson terminó con el drama y conservó su título de la CMB.
El rival en el horizonte será el ganador de la revancha entre Usyk y Joshua y estarán todos los títulos pesados en juego. El gigante está listo. Los días en que pensaba que “la cocaína y las prostitutas eran lo mejor que había” son parte del pasado. Tyson ya entendió que es el Rey de los completos y lo que eso significa. “La gloria no se compara con nada” vocifera a todo aquel que quiera escucharlo.
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