Todos los días, la pantalla está iluminada en el centro neurálgico de la redacción. Un círculo por el que pasan las decisiones de último momento y también las planificadas, las que llevan a vibrar en tiempo real o las que buscan sorprender a los lectores con enfoques y estilos originales. Infinidad de sumarios que incorporan el talento de los periodistas, la agenda programada del dron de cada día y los aportes de visualizaciones para que lo complejo se vea simple.
Esa pantalla sigue el minuto a minuto de los sunoscriptores digitales y es un espejo de cómo la reconversión avanza a paso sostenido. El rumbo es claro: periodismo de calidad en cada una de las plataformas. Eso supone cambios profundos e imprescindibles en la manera de buscar historias y, sobre todo, de contarlas. Eso supone investigaciones cuidadas, tiempo para descubrirlas y pasión por encontrarlas. El futuro de “La Nación” de Argentina y el de El Comercio tienen muchos puntos en común. Hay valores, hay criterio periodístico, hay historia, pero sobre todo hay innovación a lo largo de sus centenarias trayectorias.
Es que la transformación que se vive por estos días es tan vertiginosa como apasionante. “Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir solo por eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”, escribió en 1996 Gabriel García Márquez en “El mejor oficio del mundo”. Sus palabras nunca estuvieron tan vigentes. Ya no se trata solo de una edición impresa, sino de un medio digital que tiene que llegar en tiempo y forma a sus lectores con fórmulas distintivas. Desde un podcast que dice “buenos días” a sus oyentes y les enseña a optimizar su tiempo, a recorrer la historia o a vibrar con el devenir del futuro hasta un newsletter que resume los diez temas principales que hay que conocer antes de llegar a la oficina. Desde mostrar cómo se vive la pobreza a través de los ojos de los niños hasta cambiar la historia haciendo públicos datos del Estado que antes se guardaban bajo siete llaves. Ya no se trata de una relación unidireccional entre el emisor y el receptor, sino del constante ida y vuelta que permite conocer los intereses de cada uno.
La tecnología produjo cambios definitivos en las formas de conexión, pero no en las cuestiones de fondo. Entre el pasado, el presente y el futuro hay un puente común que atraviesa estos 185 años de El Comercio y los más de 154 de “La Nación”: los valores, la información chequeada y la preponderancia de los hechos por sobre los adjetivos. También la diversidad de análisis y la convicción de que entender la realidad nos hace mejores como sociedad. Una república con división de poderes, con un marco jurídico estable y en la que la educación y la cultura sean parte fundamental es algo que nos moviliza. Eso no cambió a lo largo de la historia ni cambiará de cara al futuro.
El periodismo de investigación –que tiene en su esencia un valor intrínseco: el de cuestionar, el de incomodar y, en definitiva, el de denunciar aquellas situaciones que van en contra de los valores democráticos– es otro de los diferenciales que se mantiene intacto y que cada vez cruza más fronteras en una función que nunca se detiene, como la del equipo periodístico, y que coincide con un imperativo esgrimido por Tomás Eloy Martínez: aquel de “preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: verbos capitales del periodismo”. El de ayer, el de hoy, el de siempre. Felicitaciones por los primeros 185 años, querido El Comercio.