La palabra ‘Gobierno’ deriva de tres términos griegos: ‘Kibernetiké’. ‘Kibernesis’ y ‘Kibernetes’. Luego, pasó al latín como ‘Gubernan’ y de allí a ‘Gobierno’ en castellano.
‘Kibernetiké’ significa “el arte de gobernar”. Se deduce, entonces, que un buen político debe ser un buen artista. Esto es, ser creativo e imaginativo, además de tener conocimiento de los principales temas y problemas públicos. No se puede ubicar al presidente Pedro Castillo en esta definición.
‘Kibernesis’ quiere decir “acción de gobernar”. Quien gobierna actúa, toma decisiones para resolver un conjunto de demandas que emanan de la sociedad. Por eso, Aristóteles dice en su “Política” que esta es un ‘prateín’. Una disciplina práctica como la ‘oikonomía’. Ella se estudia teóricamente a través de la política ‘pragmateia’, que actualmente significa ‘ciencia política’. Según esta definición, podemos decir que el presidente sí toma decisiones, pero que estas son lentas, erráticas y contradictorias.
‘Kibernetes’ significa “piloto”. Así, el famoso filósofo griego –que fue maestro de Alejandro Magno– afirma que el buen gobernante, como el buen piloto, orienta a la tripulación hacia buen puerto. Vemos que Castillo carece de horizonte político. No sabe hacia dónde ir y hacia dónde llevar al pueblo peruano.
En consecuencia, un buen gobernante debe reunir estas tres condiciones. Ser creativo e imaginativo. Ser un gestor eficaz. Tener metas claras, pero saber también cómo llegar a ellas, o al menos intentarlo en el camino. Como Pedro Castillo se ha dado cuenta de que no tiene, por el momento, ninguna de estas tres condiciones, ha decidido aprender a gobernar desde el Gobierno.
Si confrontamos a Castillo ya no con Aristóteles, sino con Platón, este nos dice que, para gobernar, hay que prepararse durante 20 años. Entonces, si Castillo se quedara 20 años en el Gobierno, que no le faltan ganas, recién habría aprendido a gobernar en el 2041. Pero, de acuerdo con la Constitución, Castillo debería dejar el Gobierno en cinco años. Es decir, no habría cumplido ni la mitad de los años que sugiere Platón. Tendrá que seguir estudiando para gobernar fuera del Gobierno.
Además, el filósofo ateniense tiene una frase que cobra actualidad, no solo en el Perú, sino también en otras naciones. Él sostiene que la única razón moral que justifica que una persona participe en la ‘polis’ es su capacidad para servir a los demás. Esta frase no se cumple en el Gobierno de Castillo, porque de él –me refiero a su Gobierno– han surgido personas y prácticas reñidas con la moral pública y la privada. Veamos, si no, el caso de algunos ministros, exministros, funcionarios y exfuncionarios, militantes de su partido, empresarios y amigotes que forman parte de su entorno o que se suben al carro y que, por intereses económicos y políticos, contradicen la ética del servicio político, peor aun, ante la vista gorda y paciencia del mismo Castillo. Por eso, ya muchos –incluidos simpatizantes del mandatario– empiezan a poner en duda sus condiciones.
Es cierto, en la vida siempre se aprende, pero quien pretende la máxima magistratura de un país por lo menos debería tener una idea clara sobre en qué se está metiendo. Porque, si lo hace mal, no solo se afectará a él mismo, sino también a todo el pueblo. En conclusión, el Gobierno de Castillo es como el aprendiz de brujo, pero de la famosa y extraordinaria película “Fantasía” de Walt Disney, protagonizada por Mickey Mouse. Un aventurero e irresponsable inexperto que no sabe cómo tocar la varita para corregir sus errores, indecisiones y falencias, hasta que viene el torrente y se lo lleva. Ese torrente, como un feroz huaico, puede arrasar a la mayoría de los peruanos, porque, por lo que vemos –y para seguir con las enseñanzas de los clásicos– su Gobierno carece de ‘virtus’ y de ‘pragmateia’.
No hay valores ni eficacia. En realidad, señor presidente, un buen Gobierno es aquel cuyos gobernantes son éticos y eficaces. Todavía está a tiempo de aprender; no es tan difícil como resolver el teorema de Fermat.