Estas elecciones han sido tensas y enconadas. El motivo de todas las disputas ha sido la búsqueda del poder. La búsqueda del poder por el poder.
No podemos desconocerlo. Aquí no ha habido lucha de clases ni lucha de ideas. No ha habido ideologías y me atrevería a decir que ni siquiera hubo lucha de programas.
Para unos se trataba de ejercer la sanción moral; para otros, de reivindicar a la familia. Unos y otros, sin embargo y en el fondo, solo buscaban llegar al poder.
El retablo ingenuo de nuestra escena política enfrenta a los buenos y los malos. Los buenos son buenísimos y los malos, malísimos. Sin medianías.
Tan oscurecido está el ambiente que solo vemos intereses, conciliábulos y conspiraciones. Somos incapaces de ver los nubosos vapores de nuestras propias pasiones. Están muy cerca. Nos envuelven a todos.
No han disputado ideologías o partidos en el sentido tradicional del término. No hay, por tanto, un estándar para valorar la conducta política de una persona. Todo se mide y se medirá más bien en términos de lealtades o traiciones, de alianzas y pactos.
Esta sustitución de las ideas por las pasiones, obviamente, va a volver más intolerante la política. Y más inmoral.
Veremos más denuncias, más manipulaciones y más compañeros de ruta aceptando lo inaceptable con tal de salir en la foto. Veremos, también, más mentiras y más lodo.
No es que de pronto llegaron los malos o que los malos de pronto fueron encumbrados. Esta es una lógica e inexorable consecuencia de la deformación antiideológica de la política.
Las lealtades requieren alianzas y estas, transacciones, toma-y-daca. Cuando el costo para el que transa se vuelve muy alto (por ejemplo, se arriesga a no salir reelegido), aparece la traición como una estrategia de supervivencia.
Cuando el premio se hace muy apetecible, por otro lado, el sujeto es capaz de hacer cualquier cosa por la “causa”. Es en ese momento en que se vencen los escrúpulos y caen los valores como caen las acciones de una firma quebrada.
Cuando falta una ideología y cuando el programa de gobierno es un collage de recetas de autoayuda, las agrupaciones se someten al vaivén de la tempestad política. Las circunstancias acorralan a los líderes y estos se involucran en más y más acciones de dudosa catadura. Pactan, como se dice, con el diablo.
Insisto en que esto no sucede solo en una agrupación, está ocurriendo en toda la escena política nacional. De hecho, esta segunda vuelta que culmina hoy es el resultado de ese acorralamiento que hemos venido sufriendo los electores.
Ningún resultado de las elecciones de hoy, sin embargo, nos devolverá lo que hemos perdido. Ninguno de los dos candidatos en lid tiene el tipo de organización capaz de conducirnos hacia la reforma del sistema político.
No lo hará una organización en la que vemos bosques de banderas, colores característicos y símbolos partidarios. Tampoco lo hará una organización en la que vemos la costura y el zurcido de innumerables adhesiones institucionales, con firmas, actas y compromisos.
Puede que el resultado electoral haga cambiar una que otra área de atención al público. Quizá los pequeños empresarios ganen algo o quizá algunos poblados lleguen a tener agua. El sistema político de fondo o, mejor, el fondo del sistema político, no cambiará.
Las dos mitades del electorado se enfrentan de manera encarnizada para pelearse, en realidad, por los baratos decorados de la casa. Mientras, las columnas se siguen erosionando. La corrupción no cae del cielo, sino que sale del suelo. Es el suelo de este sistema sin ideas ni ideologías, donde solo vale la búsqueda del poder por el poder.
Esta elección no cambia la historia, ni debe cambiarla. Tan escaso avance no vale tanto frenesí. Dejemos las pasiones del día de hoy y empecemos en serio a discutir. Quizá por esa vía podamos todavía reivindicarnos.