La Conferencia Episcopal de Venezuela ha emitido una declaración durísima exigiendo el fin inmediato del “gobierno ilegítimo y fallido” del dictador Nicolás Maduro. ¿Por qué entonces el papa Francisco no está diciendo nada ni remotamente parecido a eso?
Antes de hablar del hecho de que el Papa no ha denunciado abiertamente los crímenes contra la humanidad de Maduro, recordemos lo que dijeron los obispos venezolanos en su declaración del 11 de julio.
“Ante la realidad de un gobierno ilegítimo y fallido, Venezuela clama a gritos un cambio de rumbo”, se lee en la declaración de los obispos. “Ese cambio exige la salida de quien ejerce el poder de forma ilegítima y la elección en el menor tiempo posible de un nuevo presidente”.
Además, la declaración de los obispos señala que para que esa elección sea realmente libre, se requiere como “condiciones indispensables” la conformación de un nuevo Consejo Nacional Electoral, un registro electoral actualizado y la supervisión de la comunidad internacional con funcionarios de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea.
Agregó que otra condición clave para una elección libre debe ser el “cierre de la Asamblea Nacional Constituyente”, el Congreso elegido a dedo por Maduro después de que la oposición ganara por mayoría abrumadora las elecciones legislativas del 2015.
En lugar de hacerse eco de las demandas de los obispos, el Papa hizo una declaración increíblemente anodina en su homilía del 14 de julio, pidiéndole a Dios “inspirar e iluminar a las partes” para que puedan “llegar cuanto antes a un acuerdo” para resolver la crisis venezolana.
Lejos de presionar a Maduro, la declaración del Papa parecía hecha para complacer al dictador venezolano. Maduro ha pedido a menudo un diálogo con la oposición, pero siempre ha utilizado esas conversaciones para ganar tiempo y desactivar las protestas.
¿Por qué es tan timorato el Papa sobre la crisis humanitaria de Venezuela? Hasta hace poco, uno podría haber especulado que era porque quería desempeñar un papel útil como mediador en la crisis venezolana. Pero después de varias negociaciones lideradas por el Vaticano, el Papa aprendió por las malas que Maduro no estaba negociando de buena fe.
El Papa admitió eso en una carta que envió a Maduro del 7 de febrero y que se filtró al diario italiano “Corriere della Sera”. En dicha misiva, el Sumo Pontífice escribió que todos los intentos anteriores para llegar a un acuerdo habían fracasado “porque lo que se había acordado en las reuniones no fue seguido por gestos concretos para implementar los acuerdos”.
La declaración del papa Francisco el 14 de julio es aun más censurable porque se produjo después del devastador informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, sobre los asesinatos en masa en Venezuela.
El informe de la ONU citó al menos 6.856 muertes sospechosas de opositores políticos venezolanos entre enero del 2018 y mayo del 2019, la mayoría de las cuales fueron ejecuciones extrajudiciales. Como argentino, el Papa debería saber muy bien que esta cifra es mayor que ninguna registrada en otro país de la región desde los días de las dictaduras militares de Argentina y Chile en los 70.
En rigor, las cifras de la ONU sugieren que el régimen de Maduro ha matado a más opositores en los últimos 17 meses que el dictador chileno Augusto Pinochet en sus 17 años en el poder.
Después de la declaración de los obispos venezolanos y del informe de Bachelet, no hay excusa para que el Papa siga sin criticar los asesinatos masivos del régimen venezolano.
Si él todavía está esperando jugar un rol de mediador o garante, lo menos que podría hacer es hacerse eco del llamado de los obispos venezolanos y pedir elecciones libres lo antes posible, para resolver la crisis política. Pero el Papa ni siquiera está diciendo eso. ¡Debería darle vergüenza!
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