Entre las noticias principales de la semana se coló una sobre un mito urbano que ha inquietado a los limeños durante décadas. Es la historia de la Casa Matusita, en los bordes del centro histórico, y el develamiento de su supuesto enigma: la actividad paranormal que mucha gente afirma que la anima. La leyenda dice que en la casona centenaria penan, que se ven sombras extrañas tras las ventanas y que quienes pasan por ahí escuchan ruidos terroríficos, si es que no han llegado a ver efectivamente espectros deambulando. Pero no fue solo el llamado del misterio lo que llevó al programa “Cuarto Poder” a realizar un reportaje sobre ella. Fue más bien el anuncio de la filmación de dos películas sobre sus cuentos –una peruana y otra de Estados Unidos– y el fastidio expreso por la situación de los dueños de la casa, lo que llevó a los periodistas a hacer una inspección in situ. Ladislao Tery Andrade y su esposa Jessica Masías, los herederos, sostienen que todas son falsedades, habladurías sin fundamento que explican con un relato muy coherente. Creen que la leyenda empieza cuando la silueta de un antiguo vigilante, bastante mayor y muy aficionado a la bebida, se veía, zigzagueante, a través de las cortinas desde la calle, hace ya tantísimos años. Él andaba ruidosamente a medianoche, dicen, tropezándose y portando la cadena de las rejas, haciendo que los muchachos del barrio, viendo entre las sombras, reaccionaran tirando piedras. Con su lúgubre aparición en las ventanas, los chiquillos especulaban: “mira, ahí está el fantasma”. Lo interesante ha sido ver que la revelación no ha despertado alivio en todos. Muchos comentarios en las redes sociales han mostrado gente decepcionada, cuando no escéptica. “Entren de noche y verán”, comentan. “Si no es verdad, ¿por qué está abandonada?”, preguntan. Cada localidad tiene ansiedades que se expresan en sus historias de terror. El sociólogo Andrew Tudor lo llamó el “hallazgo del factor X”. Lo que importa, dice, es descubrir por qué la gente se identifica con el relato, y en qué contexto social este cobra sentido. En Lima, hay una memoria por recuperar, de personajes y casonas que se están perdiendo y que tienen escasas posibilidades de ser conservadas. Las historias de los “tapados”, de gente buena que murió abrupta y accidentadamente –de la conquista hasta la independencia, de la guerra con Chile a los terremotos–, así como la rica tradición que puede estar enterrada con ellos, nos acompañan con sus ausencias. Pues son “nuestros” fantasmas. Son creencias que atesoramos como folclore propio. Quizás no son reales, pero están ahí, para “conjurar” alguna situación que ya forma parte de nuestro álbum familiar. La verdadera razón de estas historias puede ser, diría Tudor, un simple reconocimiento de nuestro pasado. De un modo escalofriante, puede ser, pero nuestro al fin y al cabo.