A todos nos gustan las historias de emprendedores que triunfan. Los tres millones de espectadores que han visto las dos entregas de “¡Asu mare!” son un buen ejemplo de esta tendencia. Por eso, es tentador entusiasmarse con titulares del tipo: “la clase media se ha quintuplicado en cinco años” o “la clase media superó el 50% en el 2014”. Pero una cosa es la ficción y otra la dura realidad. En la ficción vale la pena soñar, en el mundo real debemos tener especial cuidado en no autoengañarnos. Y lo mejor para no confundirnos es revisar data comparativa con otros países.
Felizmente, el informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) “Pobreza, vulnerabilidad y la clase media en América Latina” (marzo, 2015) resulta muy ilustrativo de la situación de la región y, específicamente, del Perú. Lo primero que destaca de la publicación es que el BID ha adoptado el criterio prevaleciente entre las empresas de investigación de mercados y opinión pública según el cual se pueden identificar cinco estratos en la sociedad. El BID los llama altos ingresos, clase media, clase vulnerable, pobres moderados y pobres extremos. La diferencia es que mientras las encuestadoras privadas trabajamos con niveles socioeconómicos (NSE) que se calculan sobre la base de un conjunto de variables sociales y económicas, el BID clasifica a la población a partir de sus ingresos: las personas en pobreza extrema son aquellas que perciben un ingreso diario per cápita menor a US$2,5 después del ajuste por poder adquisitivo; en situación de pobreza moderada, entre US$2,5 y US$4; la clase vulnerable, entre US$4 y US$10; la clase media, entre US$10 y US$50; y de ingresos altos, más de US$50.
Según el BID, el tamaño de estos segmentos para América Latina en el 2013 era: altos ingresos: 2%, clase media: 30%, clase vulnerable: 38%, pobres moderados 14% y pobres extremos 16%. Para el Perú, los resultados son: altos ingresos: 1%, clase media: 26%, clase vulnerable: 40%, pobres moderados 14% y pobres extremos 19%. Según el estudio, los países con una mayor proporción de clase media, en América Latina, son Uruguay (55%), Argentina (53%) y Chile (46%). El Perú (26%) está al nivel de sus otros socios de la Alianza del Pacífico: Colombia (27%) y México (23%), aunque en ambos casos su clase media sea más numerosa que la nuestra debido a que son países de mayor población (48 millones y 120 millones, respectivamente). Por el mismo motivo, la clase media brasileña (37% de 200 millones) es la más grande de América Latina.
La clase media ha venido ampliándose sostenidamente gracias al crecimiento económico de los últimos lustros. Los NSE B y C, que corresponden a las clases medias según Ipsos, han pasado de ser 21% de la población nacional en el 2005 a constituir 35% en el 2014. La clase media no se ha quintuplicado, pero sí ha crecido significativamente. Se puede discutir si esta representa 26%, como afirma el informe del BID, o 35%, como sostenemos en Ipsos, pero lo que no es razonable afirmar es que esta es mayor al 50% de la población peruana, como sostuvo recientemente un funcionario internacional en el Perú, a partir de un cálculo propio en el cual “baja la valla” para ser considerado clase media.
Es importante poner las cifras en su real dimensión para evitar caer en la autocomplacencia o el triunfalismo. El Perú es un país muy heterogéneo. En Lima prevalece la clase media, pero en gran parte del territorio nacional predomina lo que el BID y el Banco Mundial llaman la clase vulnerable. La mayoría de los vulnerables y de los pobres viven en la informalidad. Para que la clase media se expanda, el Perú necesita más empresas medianas y grandes, que son las que brindan empleos decentes. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 80% del personal de las empresas de menos de diez trabajadores es informal. Esta tasa se reduce al 30% en las empresas de más de diez trabajadores y es casi inexistente en las empresas más grandes.
El desarrollo de una clase media sólida es vital para lograr una cultura cívica, sustento de la paz y la democracia. El camino para lograrlo es una educación de calidad y la creación de empleos calificados. El Perú requiere formar profesionales y técnicos competitivos que puedan contribuir al desarrollo nacional y el Estado debe crear el entorno que facilite el surgimiento y desarrollo de empresas que puedan brindarles empleo y competir globalmente. El Perú viene transitando por ese camino las últimas décadas pero todavía hay un largo trecho por recorrer.