El presidente Ollanta Humala, su esposa Nadine Heredia y sus más leales ministros parecen haber perdido la llave maestra del clóset presidencial, aquel reservado al manejo fino y discreto de algunos asuntos de gobierno y Estado.
Resulta que aquello que supuestamente estaba a buen recaudo en este bien empotrado armario, ha pasado a formar parte del ruidoso dominio público, a causa, entre otras cosas, de un nulo o inoportuno control de daño gubernamental.
Digamos que lo que el gobierno ha querido mantener en secreto, a distancia o en la sombra, como los casos López Meneses y Belaunde Lossio, ha terminado por desbordarlo; y lo que ha querido abrir a los cuatro vientos, como el paquete reactivador de la economía y la ley laboral juvenil, sencillamente lo ha hecho darse de narices en su torpe relación con el Congreso.
Ningún país del mundo se da el lujo, como el Perú, de carecer de una bisagra política eficiente entre ambos poderes del Estado. Se prefiere la ingobernabilidad al trabajo siempre difícil y afanoso de tender puentes de diálogo y concertación hasta con el más recalcitrante adversario.
De no haber sido por un reportaje de Willax Televisión sobre el inaudito resguardo policial en la casa de un connotado ex operador de Vladimiro Montesinos, el caso López Meneses seguiría dentro del clóset palaciego. No en vano a su descubrimiento siguieron las renuncias del entonces ministro del Interior Wilfredo Pedraza y el asesor presidencial en asuntos de Defensa y Seguridad Nacional, Adrián Villafuerte. No era pues un asunto meramente policial.
Ah, y de no haberse ventilado las operaciones de inteligencia contra los opositores del ex presidente de la región Áncash, César Álvarez, desde el cuartel denominado ‘La Centralita’, en Chimbote, Martín Belaunde Lossio, sindicado como uno de sus operadores, seguiría disfrutando de la franquicia presidencial de entrar y salir a través de los más importantes despachos presupuestales del poder, en Lima y provincias.
Acusado de tráfico de influencias enfrenta hoy la crucial disyuntiva de ser favorecido en Bolivia con la figura internacional del refugio o ser remotamente entregado a la justicia peruana.
El primer proyecto puesto en el clóset presidencial, cuando se le creía invulnerable, fue el de la llamada “reelección conyugal” (la prevista candidatura de la primera dama Nadine Heredia, a contracorriente de la ley que expresamente la prohíbe). Su destape y descarte no fue fácil ni rápido. Tardaron mucho Humala y Heredia en comprender que habría sido todo un desafío al orden constitucional provocar un malsano continuismo en el poder, mediante el uso ilegal e inmoral de los recursos del Estado y de las ventajas del poder frente a los demás eventuales competidores por la Presidencia de la República.
El clóset presidencial, con todo lo que ha salido de él y puede salir todavía, ha demostrado ser demasiado destructivo para el propio Humala y un signo evidente de su tendencia autoritaria, como reservar para sí una importante cuota de silencio y secretismo.
Pero la más perjudicada con este impredecible armario político, a ratos oscuro y tenebroso, cuando desciende a los infiernos del poder, es sin duda la democracia peruana.