En todas partes del mundo es común hablar de un “declive” democrático, del agotamiento de las instituciones representativas, de la creciente desafección ciudadana, de la extensión de discursos antisistema, de recurrentes explosiones de malestar ciudadano que no logran ser canalizadas institucionalmente. Uno de los blancos recurrentes de la crítica son los partidos políticos, señalados como elitistas y sin vínculos con los ciudadanos. Según el Latinobarómetro del 2021, el apoyo y la satisfacción con la democracia están en los niveles más bajos desde 1995, también los niveles de confianza en el Congreso y en los partidos políticos, donde nuevamente el Perú aparece como el país con los niveles más bajos de toda la región.
En el 2005 publiqué un libro titulado “Democracia sin partidos”. Junto a otros colegas, intentamos llamar la atención sobre la precariedad de nuestras organizaciones políticas, cómo estaban caracterizadas por el personalismo, la pérdida de identidad, disciplina, perfiles ideológicos y programáticos. Desde entonces, la cosa ha ido claramente empeorando. Inesperadamente, nuestra democracia, sometida a grandes tensiones y desafíos, ha logrado sostenerse. A pesar de todo ello, la economía mostró importantes tasas de crecimiento, que permitieron una reducción sustantiva en nuestros niveles de pobreza.
¿Cómo sucedió esto? En los últimos años, diversos autores hemos llamado la atención sobre cómo, en medio del desinterés de los políticos, pudieron desarrollarse algunas “islas de eficiencia” en áreas clave del Estado, responsables de los logros que se dieron. ¿Cómo se formaron? Partidos personalistas, sin militantes y sin clientelas propiamente dichas a las que responder, sin compromisos programáticos fuertes, dejaron espacios libres en los que redes de expertos y tecnócratas, con vínculos con organismos internacionales, pudieron prosperar. Con el tiempo, pasamos de pequeñas islas a pequeños archipiélagos en diferentes sectores. Como no valorábamos esos espacios lo suficiente, solo en el último tiempo hemos sentido que estaban en riesgo. Partimos de instituciones vinculadas al manejo macroeconómico, pero hoy tomamos plena consciencia de que también hay logros importantes que defender en cuanto a la reforma de la educación, la calidad y autonomía del Tribunal Constitucional, organismos reguladores, la cancillería, entre otros. También nos preocupa mantener la autonomía y asegurar el trabajo del sistema de justicia, áreas específicas del Poder Judicial y de la fiscalía, claves en la persecución de delitos.
Los avances han sido siempre vulnerables y han sufrido muchas amenazas: la resistencia de grupos de interés particular (muchas veces relacionados a actividades informales y hasta ilegales) contrarios a los intentos de reforma, capaces de movilización, presión y que incluso alcanzaron representación y vocería activa en el Congreso; las consecuencias destructivas del clima de confrontación política; los intentos de “captura” por parte de los poderes fácticos; las tentaciones a utilizar al Estado dentro de lógicas de patronazgo y clientelismo; y un largo etcétera. Si bien estas y otras fuerzas amenazaron con revertir los avances logrados, también hubo fuerzas que lograron proteger sus avances: la movilización ciudadana; la vigilancia y denuncia de la prensa; los pesos y contrapesos entre los poderes del Estado; la independencia del sistema de justicia y de otros organismos constitucionales autónomos; la propia resistencia de la burocracia; la presión de las instituciones de la sociedad civil.
Podría decirse que, una vez más, la caída del Consejo de Ministros presidido por Guido Bellido y la juramentación del de Mirtha Vásquez ha sido una muestra de la capacidad de resistencia de nuestras instituciones, de sus contrapesos, mecanismos de control y de la vigilancia de la sociedad para inclinar la balanza hacia un camino de mayor gobernabilidad. Así como de la debilidad partidaria surgieron inesperadamente “islas de eficiencia” con relativa autonomía, la debilidad institucional y la imposibilidad de definir un ganador claro en la disputa entre el Ejecutivo y el Parlamento abrieron la posibilidad para que la presión ciudadana y el juego de otras instituciones definiera, por ahora, una salida. ¿Podría ser esta la nueva clave de la resistencia de la democracia peruana?