En la celebración de los 30 años de la Asociación Civil Transparencia, su presidente, Álvaro Henzler, señaló que “vivimos tiempos oscuros, complejos y de una trayectoria hacia la pérdida de la democracia y hacia la destrucción de las instituciones”. También retomó la idea de que estaríamos pasando por una “depresión democrática”. Esta se caracterizaría por una “tristeza persistente, una pérdida de interés y una incapacidad para actuar”; se expresaría también en “la rabia contenida o explosiva, la ansiedad recurrente, la frustración e indignación que nublan la vista, el aislamiento y la crítica destructiva”. Me parece una metáfora muy útil.
Después de los traumas vividos en los últimos años, no es de extrañarnos que nos embarguen síntomas de depresión democrática. Seis presidentes en seis años, escándalos de corrupción que involucran a expresidentes y excandidatos de todas las tiendas políticas, en los niveles nacional, regional y local, seis expresidentes procesados por diversos delitos, uno de ellos sentenciado a 25 años de cárcel, y otro más que se quitó la vida en el momento de su detención, no son poca cosa. La depresión política se expresa en la insatisfacción con el funcionamiento de nuestra democracia, la sensación de que la democracia no es significativa (y que da lo mismo tener un régimen autoritario si resulta eficaz), o de que, simplemente, ya no vivimos en una democracia. Este abatimiento y esta percepción tan negativa hace que nos desinteresemos de la política y de lo público, que desconfiemos de todas las instituciones y que no encontremos salida a la situación que vivimos. De cara a las próximas elecciones, la abrumadora mayoría de peruanos no logra identificar ningún candidato o propuesta capaz de despertar alguna expectativa. Una conclusión de esto es la percepción de que no hay futuro en el país y que habría que buscarlo en el extranjero.
Ciertamente, vivimos tiempos oscuros. Pero eso no significa que no existan puntos de apoyo que se puedan usar como palanca para generar algunos cambios y resistir, o que esta dinámica vaya a durar para siempre. Para empezar, debemos informarnos para poder actuar, y esforzarnos sobre todo en escuchar voces y perspectivas distintas a las de uno. Esa información debería permitirnos ver que no todo es negativo; en los últimos años, nuestro país avanzó, aunque fuera modestamente, en un conjunto de reformas que están en riesgo y hay que defender. En áreas como la macroeconomía, la educación básica y universitaria, los derechos humanos, el sistema de justicia, la lucha contra la corrupción, la reforma política, temas de género y ambiente, y un largo etcétera, se dieron avances que tendemos a subestimar. Si no valoramos algo, no importa mucho perderlo. Al mismo tiempo, existen en diferentes áreas bolsones de resistencia institucional que ayudan a frenar o al menos a enfrentar las tendencias autoritarias: la fiscalía, el Poder Judicial, la sociedad civil, algunas figuras políticas de diferente signo, son puntos de apoyo. Y cada vez hay más instituciones y personas decididas a asumir un compromiso con el país y su futuro. Por supuesto, estas no son puras ni angelicales. Sería una ingenuidad pensar que algo así pueda existir en la política. Pero, claramente, deberían ser parte de la construcción de una política de Estado encaminada a recuperar nuestra democracia. Y las elecciones siempre son una nueva oportunidad.