Que Lima sea sede de la COP20 es como si en La Habana se hubiese llevado a cabo un foro sobre la democracia.
Lima es la ciudad con el aire más contaminado de Sudamérica, según la Organización Mundial de la Salud. Un ítem que se integra a una larga lista de tipos de contaminación en nuestra capital. Pese a ello, no hay alguna práctica que persista en el tiempo y trascienda gestiones para revertir esta situación. Aunque hay iniciativas entre jóvenes (recordemos a L.O.O.P, Life Out Of Plastic, por ejemplo), estas son aisladas e insuficientes. Y demuestran que en Lima el tema, pese a su importancia, está lleno de paradojas y no interesa a la mayoría.
Nuestra capital genera más de 7.400 toneladas de basura cada día. El equivalente al peso de unos de mil elefantes, digamos. De esta cantidad, un tercio no se recoge, acaba en las calles. En otras palabras, los limeños convivimos con basura todo el día. Y se hizo poco o nada para revertir esta realidad. La emisión de basura aumenta en los días festivos; por ejemplo, en Navidad del año pasado se registró que hubo 600 toneladas más que un día usual.
De otro lado, un informe de Naciones Unidas nos dice que el promedio mundial de uso diario de agua es de 50 litros por persona. Los limeños, habitantes de una de las capitales más desérticas de todo el planeta, nos damos el lujo absurdo de consumir 170 litros de agua cada día, según la ONG ‘Lima cómo vamos’. Es el día a día de la misma ciudad donde hay barrios enteros adonde no llega el agua potable. El mismo lugar donde la mitad de las aguas residuales no son tratadas para emplearlas, por ejemplo, en el riego de parques y jardines. Así, nos alejamos de los diez metros cuadrados de áreas verdes por habitante que exige la Organización Mundial de la Salud (apenas llegamos a 3,7 metros cuadrados). Mientras se buscan soluciones, una paradoja más es parte de nuestra realidad: según el Plan Metropolitano de Desarrollo Urbano (PLAM 2035), de los 3.200 litros de aguas servidas que se tratan cada segundo, apenas mil se reutilizan en el riego de parques. ¿El resto? Va a parar al mar.
Por otro lado, hace unos meses Pro Transporte aseguró que el 86% de los gases contaminantes en la ciudad proviene de vehículos motorizados. En tal sentido, son conocidos los beneficios del gas natural vehicular sobre este problema. Se saluda que algunos buses de transporte urbano usen este combustible, pero hay combis que generan al año más de 1.600 toneladas de sustancias tóxicas, según el PLAM 2035.
Pocos limeños han mostrado interés en los temas que se tratan en la COP 20. “Si el cuidado del planeta tuviese un mundial, ese sería la COP 20”, dijeron sus organizadores. Ni esa acertada comparación avivó la sensibilidad ecológica de los capitalinos. ¿Debería sorprendernos este desdén verde? Si recordamos la poca conciencia ecológica que domina la capital, la respuesta cae de madura: no.