Esta segunda cuarentena viene bastante más difícil.
Empieza con 41.000 fallecidos según registros del Minsa y, según el de defunciones, acumulamos más de 100.000 muertos de los que habría habido de un periodo normal. Es decir que casi 60.000 personas adicionales fallecieron o por el virus sin que hayan sido testeados; o por enfermedades que no pudieron ser atendidas debidamente por la saturación de los sistemas de salud a consecuencia del esfuerzo anti-COVID-19
La primera vez creíamos que el gobierno sabía hacer las cosas y que el enorme sacrificio valdría la pena, pero la estrategia estaba perforada por múltiples incompetencias y problemas estructurales. Al final de una cuarentena absurdamente larga, llegamos al sinsentido de tener que levantarla cuando la ola seguía subiendo y la economía se había ahogado.
Ahora sabemos que quince días no van a ser suficientes para parar la segunda ola y quizás ni siquiera lo serán treinta. Más todavía, cuando desde el mismo lunes mucha gente salió a trabajar o a cachuelearse. Sea el 15 o el 28 que se formalice el fin del confinamiento, seguiremos subiendo hacia el pico de la segunda ola.
Habrá colas más largas para llenar balones de oxígeno. ¡Inexplicable que no se haya hecho más al respecto, siendo relativamente sencillo y económicamente manejable!
Las camas UCI estarán llenas de pacientes aferrados a su última esperanza y con muchos otros en lista de espera para tentar vivir. ¿Qué pasó entre septiembre y diciembre, cuando la pandemia cedió y se pudo hacer bastante más para formar personal y conseguir bastantes más camas UCI? Sobre todo si el Minsa sabía –hasta con fechas y número de víctimas– que la segunda ola venía e iba a ser peor. Culpar a la crisis política es una explicación tan incompleta que termina siendo una mentira nada piadosa.
Y lo único cierto en relación a las vacunas es el primer millón, comprensiblemente dedicado a los que ponen el pecho día a día. Las 378.000 de Covax Facility, al ser distribuidas entre cuatro países, son sólo un gesto de buena voluntad. Y las demás están en “negociaciones”, un concepto que da para cualquier interpretación.
Lamentablemente no solo febrero, sino marzo y quizás abril, vienen muy malos.
Los efectos políticos de todo lo anterior para el gobierno de Sagasti serán duros. El que gobierna siempre carga con las culpas, y las explicaciones por los malos resultados las escuchan pocos y las aceptan menos. Y Sagasti ya no es un presidente popular. La última encuesta de IEP es demoledora al respecto: cae de 58% en diciembre a 21% en enero. Peor aún, solo el 9% piensa que maneja muy bien o bien la pandemia.
Es verdad que no estamos frente a un gobierno odiado, pero sí ante uno poco querido, lo que no es lo mismo, pero termina siendo casi igual. ¡Difícil apoyarlo si te cuesta tanto descifrar lo que te quiere decir!
Y ahí estarán los buitres del Congreso esperando para ver si hay posibilidades de alimentase de los restos de otro presidente. Sin duda Podemos y UPP que representan, cada uno a su modo, lo peor del peor Congreso que hemos tenido, tratarán de hacer lo imposible para que 66 de 130 piquen el anzuelo.
No lo van a conseguir, pero es obvio que casi todos van a irle al cuello a Sagasti por “su fracaso al enfrentar la pandemia”. Lo harán con la soberbia de los que, de gobernar, muy probablemente lo habrían hecho peor. ¿Se imaginan, por ejemplo, a APP de Acuña o AP de Merino manejando esta crisis?
Al gobierno le caerá barro con ventilador, ya que los candidatos necesitan diferenciarse y decir que ellos sí saben, a ver si levantan algo en las encuestas.
Eso durará hasta el 11 de abril, cuando una población dedicada a sobrevivir en medio de la pandemia y que está mayormente desencantada con todos los candidatos, interrumpa su cotidianidad para escoger a su peor es nada, para luego volver a su duro día a día. (0,75 sobre 20 es la nota que en la encuesta de CPI, los encuestados les ponen a los candidatos como un todo).
Como siguen reiterando las encuestas, muy probablemente el voto será muy disperso y pasarán a la segunda vuelta las dos menos pequeñas minorías. De ser así, el Congreso será tan o más fragmentado que este y, por lo que ese va conociendo, el perfil de sus miembros muy parecido al de los actuales.
El 28 de julio nos encontrará –parafraseando una antiquísima caratula de “Caretas”– pálidos, pero serenos. Después de todo hemos salido de tantas en estas décadas, que aprenderemos a lidiar con lo que venga, al menos a limarle su capacidad de hacer desastres mayores. Y, por ahí, hasta una sorpresa inesperada nos da alguna ilusión a la que aferrarnos.