¿Y ahora? Se preguntarán hastiados por la segunda intentona de vacancia. Ni sus promotores saben exactamente qué llegará a pasar y qué llegarán a hacer en el momento decisivo. Hay un gran margen de especulación agresiva –por eso se dan el plazo máximo de una semana entera– en espera de hechos y denuncias que puedan fortalecer su posición extrema.
Salvo dos bancadas, el Partido Morado y APP, que han decidido no vacar; y salvo la coalición que ha decidido hacerlo (UPP, Frepap, parte del FA y de Podemos), la media tinta manda: no queremos vacar pero queremos que el presidente dé explicaciones. En otras palabras; no mato al capitán, pero lo haré sufrir hasta que lleguemos al puerto.
El fujimorismo ha dicho explícitamente que no quiere vacar pero sí quiere que avance el proceso. Otras bancadas y congresistas, sin decirlo, acatan la notificación de que la gran mayoría del país (78% según Ipsos) quiere que Vizcarra se mantenga en el puesto; pero, como los fujimoristas, se permiten la pica y la audacia de provocar la zozobra.
¿Por qué diablos lo hacen? Porque sigue la peor confrontación nacional, aquella entre el Ejecutivo y el Congreso. La oposición no suelta a Vizcarra porque él tampoco la ha soltado. Su defensa ante el anuncio de la segunda vacancia, luego de las filtraciones de los aspirantes a colaboración eficaz que hablan de presuntos sobornos; ha sido difundir el relato de un Congreso aparentemente ansioso por poner a Manuel Merino de presidente y postergar las elecciones.
La gravedad adicional de esta confrontación es que lleva inevitablemente a perder la neutralidad que el Gobierno debe mantener en la antesala electoral. Vizcarra no solo tiene que responder a sus bien ganados enemigos parlamentarios, sino también a una población llena de dudas. En lugar de atacar, tendría que acatar las investigaciones fiscales y hacer correctivos en las áreas de su gobierno donde han pululado allegados suyos, se contrataba a familiares del entorno palaciego (Vivienda, por ejemplo, contrató a personal relacionado a Mirian Morales y Karem Roca) o él mismo hizo una gestión que está alcanzada por las sospechas (MTC).
No hay condiciones para forzar un gabinete conversado porque la oposición no está en plan de concordia, sino en plan electoral. El único pacto posible es de no agresión y allí el primer ministro Walter Martos tiene que jugar un rol fundamental, de alguna manera compensando el descrédito de Vizcarra. Estuvo retraído tras sus declaraciones equívocas sobre el rol de las Fuerzas Armadas, pero ahora le toca capear el temporal y arrancar a ambos extremos, a Vizcarra y al Congreso, concesiones para que el gobierno sobreviva neutral y se aboque a gestionar la pandemia y la economía.