En la crisis ambiental, económica y sanitaria más grave de nuestra historia republicana tenemos un presidente silente y un “Gabinete en las sombras”, que, valiéndose de la soberbia e ineptitud del primer magistrado de la nación, lo conduce de error en error. Esto, mientras la marea negra creada por Repsol mata nutrias, pingüinos, gaviotas, pelícanos, lobos marinos, peces, plancton y toda especie viva que se le cruza por el camino. Descrito, también, como el “círculo de asesores”, este conglomerado de oportunistas, que nadie eligió, está causando un daño irreparable a la chamuscada Presidencia de la República y a más de 30 millones de peruanos que lo único que demandan es un liderazgo patriótico y responsable.
Pensando en la larga duración, ¿es común que en situaciones de crisis extremas sean los enmascarados ineptos los que nos lideren a los peruanos? No necesariamente. En 1865, a raíz de la invasión de España a las Islas Chincha –acción que amenazó la soberanía nacional– se armó el famoso “Gabinete de los talentos” conformado por el cajamarquino José Gálvez Egúsquiza; el limeño Manuel Pardo; y los arequipeños José Simeón Tejeda, José María Químper y Toribio Pacheco y Rivero. El Gabinete de los jóvenes talentos escribió una página gloriosa de nuestra dramática historia nacional. El “premier” fue, sin lugar a dudas, el gran José Gálvez, fallecido en el Combate de 2 de Mayo, y de quien Benjamín Vicuña Mackenna afirmó que poseía un “gran corazón y una inteligencia vasta y desarrollada”.
Volviendo al presente. Cuando uno analiza el último discurso del presidente Pedro Castillo en una de las crisis más graves de su Gobierno e incluso de nuestra historia salta a la vista que no es la generosidad y la altura de miras lo que, desafortunadamente, lo define, sino, más bien, la incapacidad de asumir con “un gran corazón” –como lo hizo su paisano Gálvez– errores, aciertos, luces y sombras para rectificar rumbo y seguir avanzando en favor del bienestar del Perú. A partir de su silencio eterno, que ahora a la luz de su brevísimo discurso puede analizarse como una absoluta falta de respeto por la república que representa, y de su destreza para operar en la sombra, mientras ventila rencores y veladas amenazas a la luz del día, es posible perfilar al hombre detrás de esa elaborada fantasía, en la cual muchos quisieron creer. Y acá me pregunto, si ese sombrero, que el presidente de Brasil Jair Bolsonaro le arranchó con su cómplice sonrisa y anuencia, no es una corona simbólica para una “monarquía imaginaria” en la que las grandes decisiones ocurren, como en las sociedades del Antiguo Régimen, en las sombras. Ese lugar liminal a donde solo accede la corte de turno, que no critica, sino acepta los deseos del coronado, mientras se festinan los negociados de toda la vida, sin rendir cuentas a nadie. Fue casualmente sobre esa necesaria rendición de cuentas que escribió el principal ideólogo de la República del Perú a los que pretendían imponer, entre gallos y medianoche, una monarquía. Desde Sayán, Faustino Sánchez Carrión entró en una discusión en la cual no fue invitado con una carta memorable en la que, además de subrayar la cultura servil que nos definió, denunciaba que los asuntos de Gobierno no debían resolverse en el cónclave cortesano. Ciertamente, la vigencia del ideario del hijo de Huamachuco es innegable y merece ser estudiado.
Para los griegos, leídos con avidez junto con los clásicos romanos por quienes en medio de la contingencia y el azar construyeron el concepto de nuestra maltrecha y desventurada república, el peor defecto para un líder era el ‘hubris’. Los padres de la filosofía pensaban que ‘hubris’, el ‘enceguecimiento’ y la ‘confusión’ eran lo que llevaba a la inevitable caída de los más poderosos. Esto ocurría cuando el hombre olvidaba su mortalidad y pensando, tal como los viejos reyes, que estaba sobre el bien y el mal, era tocado por ‘hubris’, asociado a la vanidad, el ensimismamiento y la transgresión de las leyes. El “Conócete a ti mismo” del Oráculo de Delfos ya había establecido la idea del conocimiento personal, pero también de los propios límites impuestos por la frágil condición humana. Estos tiempos de peste demandan a los líderes de todo el mundo volver a los clásicos que siempre se refieren a la luz de la razón, a la contingencia, a la firmeza para sobrellevarla y a esa empatía que emana de un corazón generoso como el del republicano José Gálvez, a quien rindo homenaje.