La democracia, concebida como un fin en sí mismo, ha enfrentado desafíos crecientes para mantener su legitimidad y apoyo público en todo el mundo. A medida que las expectativas de los ciudadanos aumentan y las demandas de resultados concretos en áreas como seguridad, economía, educación y salud se vuelven más urgentes, el respaldo a la democracia se desvanece cuando no se ven resultados tangibles.
En el contexto peruano, las cifras son reveladoras: mientras el 45% de la población está de acuerdo en que la democracia es el mejor sistema para gobernar (a pesar de sus defectos), el 31% está en desacuerdo. Estas estadísticas sitúan al Perú en el segundo lugar de la lista de países con menos confianza en la democracia, según una encuesta reciente realizada en 43 naciones.
Además, es importante tener en cuenta que muchas personas no comprenden completamente conceptos políticos como derecha o izquierda, y mucho menos el significado de democracia. La mayoría de la población tiene una visión pragmática y busca resultados concretos que respondan a sus necesidades inmediatas. En un contexto en el que las preocupaciones diarias como el empleo, la seguridad y el acceso a servicios básicos ocupan un lugar central en la vida de las personas, la política y la democracia se perciben a menudo como abstracciones lejanas. Por lo tanto, es fundamental que los líderes políticos y las instituciones democráticas establezcan vínculos claros entre las políticas propuestas y las mejoras tangibles en la calidad de vida de la ciudadanía, a fin de recuperar la confianza y el respaldo hacia el sistema democrático.
Dos de las condiciones básicas para una democracia saludable están en riesgo. En primer lugar, la percepción de que el Gobierno está realmente dirigido por la voluntad del pueblo está disminuyendo, con un 39% de personas que creen que así es, mientras que un 42% no está de acuerdo con esa afirmación. De manera similar, las actitudes hacia las elecciones son preocupantes: solo el 24% considera que son justas y libres, mientras que un 43% no está de acuerdo con esa afirmación.
La realidad es que la democracia necesita convencer. Ya no es suficiente afirmar su superioridad como sistema de gobierno; debe demostrar su capacidad para abordar las necesidades materiales y aspiraciones de la sociedad. Los ciudadanos no solo buscan libertades políticas, sino también un Estado que funcione eficazmente para resolver problemas cotidianos y proporcionar un marco claro de reglas y regulaciones que garanticen la igualdad y la justicia para todos.
En este sentido, es crucial repensar la relación entre la democracia y las necesidades materiales de la población. La democracia no puede limitarse a ser un ideal abstracto; debe traducirse en resultados tangibles que mejoren la vida de las personas. Esto implica un compromiso continuo con la transparencia, la lucha contra la corrupción y la participación ciudadana en la toma de decisiones. Las instituciones democráticas deben estar al servicio del pueblo y ser percibidas como tales.
Sin embargo, lograr este objetivo no es una tarea fácil. La complejidad de los desafíos actuales, como la corrupción, la desigualdad económica y la inseguridad, requiere un enfoque integral que aborde tanto los aspectos políticos como los sociales y económicos, pero que lleguen de manera concreta a la base de la pirámide.
En un clima donde las frustraciones hacia el sistema democrático se hacen cada vez más palpables, opciones radicales emergen como alternativas a un sistema que algunos perciben como fracasado. Sin embargo, es crucial recordar que la solución no radica en el abandono de la democracia, sino en su fortalecimiento y renovación constante para abordar con determinación las necesidades y aspiraciones cambiantes de la sociedad.