Preocupado por los posibles efectos de la devaluación en la estabilidad financiera, el Banco Central de Reserva ha tomado recientemente algunas medidas para desdolarizar el crédito. Con esa finalidad ha subido el encaje bancario en dólares (el porcentaje de los depósitos en esa moneda que los bancos no pueden prestar) y ha advertido que se lo subirá aún más a todos aquellos bancos que de aquí al 30 de junio no hayan reducido sus préstamos en dólares en una cierta proporción. Pero la estabilidad que así se consiga tiene un costo. Cuando se restringe la capacidad de los bancos para prestar en una moneda cualquiera, se está restringiendo también la libertad del público para escoger la moneda en la que quiere ahorrar.
La dolarización del crédito va de la mano con la dolarización de los depósitos. Un gerente financiero llama al banco a pedir un préstamo y su sectorista le dice: “No tengo soles. Si quieres te presto dólares“. Mientras la gente pueda escoger libremente en qué moneda ahorrar, será la diferencia entre las tasas de interés que se paga por los depósitos en soles y en dólares lo que determine qué porcentaje estará en una moneda y qué porcentaje en la otra.
Ya no estamos, por cierto, en los años 90, cuando nadie ahorraba en soles, por el recuerdo de la hiperinflación, y más del 70% de los depósitos bancarios estaba en dólares. Actualmente no llegan ni al 40%. La dolarización del crédito anda también por ahí: el 38% de los préstamos al sector privado está en dólares, y el resto, naturalmente, en soles.
La desdolarización se ha producido sola. Curiosamente, mientras entraba al país, en los últimos diez o doce años, un chorro de dólares, gracias al auge de los precios de los minerales. La gente, sencillamente, fue confiando cada vez más en el sol.
¿Por qué, entonces, se empeña en este momento el Banco Central por acelerarla? Porque todo lo que se sabe de la política monetaria de los Estados Unidos hace pensar que el dólar seguirá subiendo. Las empresas que tienen deudas en dólares, pero que venden en soles, podrían tener dificultades para pagarlas. Los bancos que hayan prestado mucho en dólares podrían verse en problemas.
Pero en una economía de libre mercado, como la que en términos generales tenemos, el Banco Central no puede ordenar a los bancos que dejen de prestar dólares. Por eso recurre a la sutil persuasión del encaje. Por cada 100 dólares que el público deposita, los obliga a guardar 60 en su bóveda y les permite prestar solamente 40. Como el encaje tiene una remuneración puramente simbólica, los intereses que cobrados por esos 40 dólares tienen que alcanzar para pagar los intereses de los 100 depositados. Se hace más caro endeudarse en dólares; y lógicamente se desdolariza el crédito, que es el objetivo del Banco Central. Pero, a la vez, se vuelve menos rentable ahorrar en dólares.
El encaje, como dirían los economistas, “mete un cuña” entre lo que pagan los prestatarios y lo que reciben los ahorristas. Si usted tiene un millón de dólares, no hay nada de qué preocuparse, porque su plata seguramente está en Panamá o en Miami. Pero si no tiene más que 10,000 o 100,000 en un banco local, el aumento del encaje significa que sus depósitos le rendirán menos.
¿Hasta qué punto es legítimo que, en nombre de la estabilidad financiera, se interfiera con las decisiones de ahorro?