Renato Cisneros lo hizo otra vez: escribió una gran novela. Su anterior entrega, “La distancia que nos separa”, nos sumergía en la difícil relación entre un padre militar y su hijo poeta. En esta última, “Dejarás la tierra”, Renato escarba en la vida de sus antepasados e intenta averiguar si el origen espurio del clan Cisneros es lo que ha condenado, a los hombres de la familia, a vivir amores tormentosos y vidas paralelas. El hecho de descender de la unión entre la tatarabuela, Nicolasa Cisneros, y un cura que nunca pudo reconocerlos, parece marcarlos con un mal estigma que se repite dolorosamente generación tras generación.
La novela, que está muy bien escrita, obliga a hacernos preguntas fundamentales: ¿de dónde venimos? ¿Cuánto sabemos de nuestra historia? ¿Cómo nos han marcado los silencios de nuestras familias? Las respuestas, como no podía ser de otra manera, no son alentadoras: la familia, esa institución que hoy tantos defienden como si fuera un templo de virtudes, es en realidad el seno donde seres humanos imperfectos desarrollan relaciones disfuncionales, se reproducen de manera desordenada y esconden vergonzosos secretos.
“La familia se está destruyendo”, “los gays van a manchar el vínculo natural entre seres humanos” vociferan los conservadores, pues lamentamos decirles que esa familia ejemplar e inmaculada, que nos quieren imponer como único modelo, nunca ha existido realmente. La estirpe de hijos no reconocidos, los vástagos producto de relaciones forzosas, los descendientes de mujeres abandonadas de siglos pasados, hoy continúan existiendo y a nadie parece importarle mucho: 78% de las mujeres que dan a luz en nuestro país no están casadas, 14% de las madres adolescentes salieron embarazadas producto de una violación, 40% de la carga procesal de nuestros jueces se debe a juicios por alimentos. Si a eso le sumamos los altísimos índices de violencia familiar y feminicidios, no nos queda más que reconocer que las familias peruanas tienen más de desgraciadas que de sagradas.
En “Dejarás la tierra”, la vida puede continuar porque un hijo se atreve a enfrentar su pasado con realismo y decide romper una cadena de apariencias y silencios. El escritor se para frente al espejo de los Cisneros bastardos y negados para aceptar que esa familia llena de pecados encubiertos es, a fin de cuentas, el grupo humano que le dio sentido a su vida. Mirar de frente lo que somos y buscar soluciones para esas relaciones tan dolorosas es lo que deberíamos enfrentar como sociedad; en lugar de andar calificando y juzgando a quienes optaron por formas de vida distintas, que no le hacen daño a nadie, y que de ninguna manera son más imperfectas y pecaminosas que las que se nos quieren imponer como modelos de virtud y perfección.