Los resultados de las elecciones del martes 5 en Estados Unidos estarán determinados por la creciente brecha política de género. Donald Trump tiene una ventaja de 15 puntos frente a Kamala Harris cuando se trata de los electores varones, jóvenes, con nivel por debajo del promedio en educación e ingresos, y que residen en zona rurales. Mientras que igual ventaja (15 puntos) tiene Harris en referencia a las mujeres urbanas, profesionales y con educación superior.
Lo que ocurre es que, desde hace varias décadas, las mujeres con este perfil han estado girando hacia la izquierda, el progresismo y el cambio social. Mientras que los varones, que forman la base de Trump, han migrado hacia la derecha y el conservadurismo, las mujeres son –en el buen sentido en la política estadounidense– las cambiantes (móviles), esperanzadas por impulsar derechos que mejoren sus posibilidades de avance y desarrollo.
Esto no solo significa que las agendas políticas sean muy diferentes, sino que lo demandado por cada grupo exija estilos de gobernanza muy distintos. En el fondo, Trump no tiene que hacer mucho para satisfacer a sus electores: no hacer olas parece ser su consigna. Es decir, mantener el estatus: una estructura patriarcal, una cultura xenófoba y machista, y los privilegios clasistas, así como una moral dictada por grupos religiosos fundamentalistas. Claro, dice que va a hacer mucho en su discurso populista, pero lo ofrecido es lo mismo que en la campaña que lo llevó a la presidencia por primera vez: controlar la inmigración, imponer altos aranceles, debilitar instituciones.
Estas medidas llevaron a una mayor inflación, un menor crecimiento económico y debilitaron la institucionalidad democrática. La agenda de las mujeres, en cambio, exige una fuerte institucionalidad democrática y condiciones propicias de gobernabilidad. Cuestiones como la vivienda asequible, el control de armas, un mayor apoyo a la mujer y a la familia trabajadora, la ampliación de los derechos reproductivos, y una agenda verde y sostenible son una pequeña parte de los cambios exigidos. Si ganaran los demócratas, tendrán serios problemas en cumplir debido a la rivalidad, la desunión y la polarización política que impiden llegar a los consensos necesarios.
Gobernar sin hacer o haciendo poco, sin embargo, es un grave error en el siglo XXI. Por el bien de todos, necesitamos cambiar lo que nos hacemos unos a los otros y al planeta. Para ello es preciso diseñar políticas comprehensivas y globales de cambio para hacer frente a la militarización, la inmigración, el cambio climático y la desigualdad.