Cuando escuché que la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela ya ha producido seis millones de migrantes y refugiados, el doble de la cantidad de personas que han huido de Afganistán, mi primera reacción fue pensar que esta cifra ya llegó a su tope.
Sin embargo, me equivoqué: todo indica que aumentará mucho más.
Se estima que el número de refugiados y migrantes venezolanos crecerá en un millón el año que viene, me dijo el jefe de la oficina de la Organización de Estados Americanos que se ocupa de los refugiados venezolanos, David Smolansky, en una entrevista.
Si las cosas siguen como ahora, para fines del año que viene habrá siete millones de venezolanos migrantes, superando el número de refugiados sirios, me dijo Smolansky.
Según cifras de la OEA, en los últimos seis años, han migrado 1,8 millones de venezolanos a Colombia, 1,1 millones al Perú, 450.000 a Ecuador, 460.000 a Chile, 270.000 a Brasil, 180.000 a Argentina, 103.000 a México, 230.000 al Caribe y 520.000 a Estados Unidos.
“La dictadura de Maduro ha producido más migrantes y refugiados que el régimen talibán”, me dijo Smolansky.
Hay tres razones principales por las que es probable que la cantidad de migrantes venezolanos siga creciendo, dicen los expertos.
En primer lugar, la crisis humanitaria sigue empeorando. Según un nuevo estudio de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, la tasa de pobreza ha aumentado a un asombroso 94,5% de la población.
El salario mínimo en Venezuela, sumado a un subsidio alimentario obligatorio, es de apenas dos dólares mensuales. Sí, leyeron bien, dos dólares mensuales.
El 50% de los venezolanos en edad laboral no está trabajando, según el estudio Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2021. Este se hizo en base a 14.000 entrevistas. En la mayoría de los casos, la gente renuncia a su trabajo porque les cuesta más caro pagar el transporte público para ir a trabajar que quedarse en casa.
La hiperinflación ha hecho que la moneda venezolana se haya convertido en un chiste: un dólar se cotiza en cuatro millones de bolívares. Un viaje en autobús cuesta un millón de bolívares. Maduro ha permitido una dolarización de facto, mediante la cual los venezolanos que reciben remesas familiares en dólares del exterior pueden vivir bastante bien, pero son un pequeño porcentaje de la población.
La segunda razón por la que muchos expertos predicen una nueva ola de refugiados es que muy probablemente las negociaciones entre el régimen y la oposición no resulten en una apertura política significativa que pudiera dar esperanzas para el futuro.
En las negociaciones, que están teniendo lugar en México, la oposición está pidiendo condiciones mínimas para participar en las elecciones locales de noviembre. Pero Maduro se ha negado a permitir, entre otras cosas, un tribunal electoral independiente y el acceso equitativo de los candidatos de la oposición a la radio y la televisión.
Un nuevo golpe de desesperanza podría alentar a más venezolanos a irse. En los últimos años, el éxodo venezolano ha crecido después de cada intento fallido de celebrar elecciones libres.
La tercera razón de un posible aumento de migrantes es que, a medida que los países latinoamericanos vacunan a más gente contra el COVID-19, relajarán sus restricciones de viajes en el 2022. Muchos venezolanos podrían aprovechar esa circunstancia para emigrar.
A la luz de todo esto, es hora de que las democracias de todo el mundo se den cuenta de que el éxodo venezolano no cesará a menos que se ponga fin a su causa: una dictadura brutal que, según las Naciones Unidas, ha asesinado a más de siete mil manifestantes pacíficos en los últimos años y cuya corrupción e ineptitud han creado la peor crisis humanitaria de la región en los últimos tiempos.
A menos que las democracias aumenten su presión sobre Maduro para que permita elecciones libres y no lo legitimen como vergonzosamente lo hizo el presidente de México el mes pasado, el éxodo venezolano crecerá aún más, y seguirá exigiendo más recursos económicos en toda la región.
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