Este año debió ser declarado como el año de la justicia social, esa que tanto se necesita en nuestro país. ‘Justo’ es lo que a cada uno le pertenece. Esta es una definición muy antigua, de la época de Aristóteles, aunque antes que él Platón ya había dicho que el fin de la política es la justicia. Entonces, hay que diferenciar entre la justicia individual, aquello que nos pertenece –por ejemplo, la computadora en la que estoy escribiendo este artículo–, de aquello que nos pertenece a todos. En este último caso, hablamos de la justicia social.
También hay diversos tipos de justicia, entre ellas la distributiva, la de los “panes y los peces” considerado uno de los milagros de Jesús.
En nuestro caso, la justicia social es fundamental para que podamos tener una sociedad próspera y equitativa, que satisfaga las principales demandas de los diversos sectores sociales. Por ejemplo, es un deber moral terminar con la pobreza extrema, que impide toda forma de desarrollo humano. La pobreza extrema no es solo monetaria, sino que implica una serie de carencias como las de alimentación, nutrición, educación, salud, vivienda, luz y agua. Todavía hay millones de peruanos que no gozan de estos derechos humanos y de otros necesarios para tener una buena vida.
Pero, así como ocurre en el Perú, en el mundo hay millones de pobres y ha surgido una nueva oligarquía que concentra la riqueza, y que es indiferente e insensible con la pobreza global y, sobre todo, con aquellas naciones altamente endeudadas. Por eso, cabe destacar el pedido del papa Francisco durante el rezo del ángelus por Año Nuevo, en el que pidió a los países de tradición cristiana que den el ejemplo “cancelando o reduciendo al máximo la deuda de los países más pobres”. Su pedido se deduce de la lógica cristiana que se deriva del padre nuestro, en donde se le pide a Dios que perdone nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. A partir de estas palabras, el Papa solicita “traducir este perdón a nivel social, para que ninguna persona, ninguna familia, ningún pueblo sea aplastado por las deudas”. El Sumo Pontífice no se queda solo en el mensaje, que ya es un desafío a la cultura mercadocéntrica dominante, sino que su deseo es solicitar a los mandatarios que lo visiten este año que “puedan restaurar la dignidad en la vida de poblaciones enteras” y, de esta manera, “todos puedan reconocerse deudores perdonados”.
Si ello se lograra, se habría dado un gran paso en beneficio de la humanidad, el principal de la historia: derrotar la pobreza. Una tarea impostergable para que tengamos naciones en las que predomine la justicia social. Esto se puede lograr si la ética y la ciencia van de la mano.