No es casualidad que el presidente estadounidense, Joe Biden, no mencionara a ningún país latinoamericano en su discurso sobre el Estado de la Unión cuando se refirió a las naciones que se han opuesto activamente a la invasión rusa de Ucrania, y es que la respuesta de los países más grandes de la región al ataque de Rusia ha sido lamentable.
En su discurso anual ante el Congreso el martes por la noche, Biden dijo que “Francia, Alemania, Italia, así como países como el Reino Unido, Canadá, Japón, Corea, Australia, Nueva Zelanda y muchos otros, incluso Suiza, están castigando a Rusia y apoyando al pueblo de Ucrania”. Agregó que “junto con nuestros aliados, estamos aplicando en este momento poderosas sanciones económicas”.
Pero, desafortunadamente, los presidentes de las dos democracias más grandes de América Latina, Brasil y México, no solo se negaron a imponer sanciones a Rusia por su invasión a un país soberano y democrático, sino que tampoco la condenaron personalmente.
Curiosamente, Brasil y México son democracias gobernadas por presidentes populistas autoritarios que vienen de extremos opuestos del espectro político. Su reacción al ataque del dictador ruso Vladimir Putin a Ucrania es una prueba más de que la nueva división ideológica en el siglo XXI no es entre izquierda y derecha, sino entre democracia y dictadura.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, un populista de derecha cercano al expresidente Donald Trump y que visitó a Putin en Moscú el mes pasado, dijo varios días después de la invasión que se mantendría “neutral” en la crisis de Ucrania. Bolsonaro también se negó a firmar una resolución de la Organización de Estados Americanos (OEA) condenando la invasión, que fue apoyada por EE.UU. y otros 23 países.
El presidente populista de centroizquierda de México, Andrés Manuel López Obrador, dijo que su país no iba “a tomar ninguna represalia económica (contra Rusia) porque queremos mantener buenas relaciones con todos los gobiernos del mundo”.
Si bien López Obrador criticó “todas las invasiones”, se negó a condenar explícitamente la de Rusia. México, al igual que Brasil, no firmó la condena de la OEA a Rusia.
Asimismo, México y Brasil no estuvieron entre los 94 países que el martes 1 de marzo patrocinaron una resolución no vinculante en la Asamblea General de las Naciones Unidas para censurar a Rusia. Sin embargo, ambos países se sumaron después a la mayoría que aprobó la resolución el miércoles 2 de marzo. La resolución fue aprobada con 141 votos a favor, 35 abstenciones y cinco votos en contra.
Un total de 12 presidentes latinoamericanos no habían criticado explícitamente la invasión rusa hasta el 28 de febrero, cuatro días después de la invasión, según un gráfico publicado por Americas Society y Council of the Americas.
Entre ellos se encontraban los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que apoyaron abiertamente la invasión de Putin, y los presidentes elegidos democráticamente de El Salvador, Honduras, Panamá, el Perú, Paraguay y Bolivia.
Argentina inicialmente se abstuvo de criticar a Rusia, pero cambió de rumbo unos días después de la invasión.
No hay excusa para que los presidentes de Brasil y México no hayan condenado explícitamente a Putin. Los medios rusos muestran sus declaraciones de “neutralidad” como un apoyo diplomático tácito a Putin. Lo que dicen Bolsonaro y López Obrador no solo es moralmente incorrecto, sino políticamente torpe. Es en momentos cruciales como los actuales cuando los países, como las personas, forman vínculos duraderos.
Si México y Brasil quieren beneficiarse plenamente de los acuerdos comerciales preferenciales, las inversiones y el apoyo tecnológico de EE.UU., Europa y Japón, y si quieren proteger a todos los países de las invasiones extranjeras, sus presidentes deberían cuanto menos condenar verbalmente a Putin. Para su enorme vergüenza, hasta ahora no lo han hecho.
–Glosado y editado–
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