El día que el virus sea controlado y podamos volver a la normalidad, nuestra idea de “normalidad” será distinta. Nuestra vida de hace pocas semanas parece ahora una fantasía. Éramos tan felices, como siempre, sin saberlo. Hoy vemos películas recientes que parecen antiguas. En la pantalla, los personajes se dan la mano, asisten a fiestas, se suben a un automóvil lleno de gente. Me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que podamos volver a ver todo eso como real. Nuestras precauciones, azuzadas por el terror, seguirán rigiendo nuestras vidas aún después de la pandemia. Nos seguiremos lavando de un modo compulsivo, los frascos de alcohol se terminarán pronto, no nos besaremos ni nos daremos la mano. Durante un período seguiremos gobernados por el miedo, para bien y para mal.
Lima tiene algo de aldea en estos días. El silencio, el recogimiento y la vida doméstica son parte de la rutina. La medida acertada del Gobierno, bajo el liderazgo del presidente Martín Vizcarra, ha sido bien recibida. Otros gobiernos como el de Jair Bolsonaro, que este fin de semana prepara una fiesta por su cumpleaños (y el de su mujer, que es el día siguiente), parecen disparatados. El primer mundo no es ajeno al disparate. Líderes como Donald Trump y Boris Johnson han reaccionado tarde a las amenazas de la pandemia. Sus medidas pueden haber llegado demasiado tarde. Esta semana, “The Guardian” afirmó que Johnson será recordado, para bien o para mal, como el ministro del coronavirus.
Y todo esto ya estaba anunciado. Gracias a Felipe Ortiz de Zevallos me entero de una brillante presentación de Bill Gates en las TED Talks de hace cinco años. Gates se refería al ébola y a una próxima pandemia con síntomas de resfrío. En su charla, resumía el problema que enfrentamos hoy. Una enfermedad global que no tiene una respuesta global. Aunque se sabía que podía ocurrir, nunca se diseñó un sistema universal para enfrentarla.
Algunas novelas también lo habían advertido. “La Danza de la muerte” (1978) de Stephen King anunciaba una pandemia letal con síntomas de gripe. Influido por King, Dean Koontz publicó tres años después “Los ojos de la oscuridad”. Koontz anunciaba una pandemia parecida, pero esta vez colocaba cuál sería su ciudad de origen: Wuhan, China. En el capítulo 39 de ese libro se atribuía el origen del virus a los científicos de un laboratorio en las afueras de la hoy famosa ciudad. En la película “Contagio”, se habla de unos murciélagos en un bosque cerca de Hong Kong, expulsados de su hábitat por unos bulldozers. Exilados a un árbol de plátanos, los murciélagos comen una fruta que cae sobre un chiquero. Un cerdo devora el plátano. Luego el animal es cocinado por un chef que se limpia las manos en su delantal antes de darle la mano a la protagonista Beth. Finalmente Beth (la actriz Gwyneth Paltrow) vuelve a Los Ángeles infectada del virus.
No hicimos caso de las advertencias reales de Bill Gates, ni de las imaginarias de los escritores o los cineastas. ¿Por qué? Porque algunos líderes del primer mundo estaban convencidos de su grandeza. Porque vivimos en una época obsesionada con las gratificaciones del presente. Por intereses económicos, hemos perturbado las zonas naturales de animales como el murciélago y nos hemos integrado a los virus que porta. Hace años vivimos descuidando el medio ambiente. Es como si la naturaleza le recordara sus faltas a la sociedad. La crisis nos ha obligado a dejar de vivir a toda prisa y a examinar nuestras fallas. Esta época terrible podría ser significativa si despierta mucha autocrítica y alguna esperanza.