Desde que yo era niño, mi padre, el filósofo Francisco Miró Quesada Cantuarias, me decía que vaya preparándome para la vida, porque “en cualquier lugar puede suceder cualquier cosa”. Por ejemplo, estoy escribiendo y se produce un terremoto. Estoy caminando y meto el pie en un hueco y me luxo el tobillo. O el ángel exterminador del antiguo testamento se infiltra en toda la humanidad y nos suelta una feroz pandemia. De esta manera, ahora los peruanos tendremos que elegir en esta segunda vuelta entre la corrupción y el fundamentalismo. Ninguno de los dos son una ideología, pero detrás de ellos sí hay una.
Son dos ideologías que, más que dialogar, antagonizan, son irreconciliables, como Orimán y Ormúz, son maniqueas, agónicas y holísticas. Ambas quieren dominar el mundo, no hay término medio. La ecuanimidad política, un equilibrio entre lo bueno alcanzado hasta el momento y los cambios profundos que se deben hacer, ha desaparecido en esta elección.
El Perú dejó de ser dialógico –si alguna vez lo fue, aunque por corto tiempo–. El Perú parece que nació agónico desde su fundación y quién sabe si aún antes, cuando empezó la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa. El Perú nació de una traición, la de Pizarro a Atahualpa, por eso apesta, y lo hace porque la corrupción organizada se gesta en la colonia: desapareció la ética andina. Y la corrupción, como reguero de pólvora, se extendió por todo el territorio nacional, hasta que al final del siglo XX y de lo que va de este siglo se convierte definitivamente en no una cleptocracia, sino en una cleptoestructura por obra y gracia del gobierno de Alberto Fujimori y su compinche Montesinos, como bien afirma el académico Rubén Cáceres Zapata. Y eso ha llegado a una segunda vuelta.
Nos refresca la memoria el fiscal José Domingo Pérez, de esos escasos valientes que todavía se la juegan por la justicia contra viento y marea: “Nunca ha ocurrido antes que un acusado o acusada por delito grave vaya a ocupar la primera magistratura del país”. Ya lo sabemos, sabemos quiénes van a votar por Keiko, a pesar de que está rodeada de un halo y cultura de la corrupción, y se justificarán diciendo que lo harán para que el Perú no caiga en las garras del comunismo.
Sí pues, el comunismo, ese que puede venir porque la ideología neoliberal que exportó unas categorías definidas en el Consenso de Washington, que fueron impuestas por un feroz ‘shock’ y luego por una Constitución espuria, que nació de un golpe desde Palacio. Así se impuso una cultura mercadocéntrica, cuyos voceros dijeron, parafraseando a un líder comunista, “todo es crecimiento, el resto es ilusión”. Nunca se logró un reparto equitativo de la riqueza, quedaron bolsones de pobreza y por ello creció la indignación producto del desamparo, de la indiferencia, de ser pobre o caer en la pobreza y otros hechos que laceran la dignidad humana.
Pero en la otra orilla, como si fuera la falange de Alejandro Magno decidida a atravesar el Oxos y el Yakxartes para conquistar los confines de la tierra, surge producto de un acto de protesta contra la indolencia, el racismo y la discriminación en sus diversas formas, desde la profundidad de los Andes, la figura de un maestro humilde, justo en la tierra donde Pizarro traicionó a Atahualpa, pero empapado de cosmovisión marxista tan occidental como el liberalismo. Ellos, al decir de sus voceros, son marxistas-leninistas-mariateguistas, aunque su discurso suena más a maoista –nada a lo Fidel, por cierto–, pero, además, vinculados al Movadef, brazo político de Sendero Luminoso, como lo ha demostrado Carlos Basombrío en un documentado y valiente artículo.
Aquí también guerra avisada no mata gente. Cambiará la Constitución e impondrá la reelección para que el gran timonel maestro se quede en el poder como un dios sempiterno. Nacionalizaciones al por mayor para después no saber qué hacer con esas empresas al por menor y, finalmente, chitón boca con una ley de prensa, cuando no saben que para los verdaderos periodistas, aquellos que se la juegan por su libertad y la libertad de los demás, esta es incondicional.
Entre la corrupción y el fundamentalismo, que por angas o por mangas vendrán, nos estamos tirando abajo la gran oportunidad histórica, ahora a nuestros 200 años de independencia, de construir un republicanismo democrático, humanista, integrador, con peruanos y peruanas libres, iguales, dignos. De autogobernemos con amplia participación ciudadana hacia el camino de una sociedad justa, no arbitraria y simétrica, como soñó Faustino Sánchez Carrión, el solitario de Sayán herido en su orgullo de peruano por la corrupción neomercantilista y el fundamentalismo ideológico.