Estamos en un período tan importante para todo ciudadano como es el de las elecciones nacionales; pero parece que los carnavales han contaminado ese acto, cívicamente tan importante, hasta convertirlo en un juego de mal gusto.
La primera parte de la campaña ha sido la de las fiestas y disfraces. Cada candidato ha hecho todos los esfuerzos posibles para disfrazarse –y digo disfrazarse, porque vestirse con algo que no utilizan normalmente es usar un disfraz–, adoptando indumentarias que no les corresponden y que no utilizarán nunca fuera del área-tiempo del carnaval electoral.
No he visto un solo país en el que los candidatos electorales se disfracen así, aun cuando tengan un ámbito electoral donde concurren muchas culturas muy respetables y con un arte propio (subrayo la palabra propio) del cual todos los peruanos nos sentimos orgullosos, pero no nos apropiamos artificialmente de sus vestidos para quedar bien con ellos.
Sin embargo, la vestimenta no era suficiente. Los carnavales implican también música y baile. Por tanto, los carnavales electorales no podían ignorar las jaranas. Así, hemos podido ver a aparentemente serios candidatos moviendo grotescamente el cuerpo al son de una música cualquiera delante de algunos cientos de futuros votantes que parecen no comprender que todo esto es artificial.
Y así hemos visto a gordos y flacos futuros probables presidentes moviéndose al compás de la música preparada para el evento electoral. Cuando alguno de los candidatos no sabía moverse adecuadamente, contrataba a alguna chica de vestido apretado que se lucía haciendo balancear marcadamente las caderas.
Los eventos carnavalescos –es decir, eso que antes se llamaban manifestaciones, en lenguaje político– se tornan así en fiestas de mal gusto.
Y luego hemos sido testigos de la tercera etapa del carnaval, en la que los participantes de estas jaranas políticas se atacan físicamente unos a otros. En los carnavales clásicos, se arrojaban mutuamente baldes de agua. También se utilizaban los famosos globos que se rompían con el impacto y mojaban a la ‘víctima’. Y en las fiestas, se intentaba –como una broma de mal gusto– que la otra parte no pudiera ver por un chisguetazo de éter en los ojos.
En los actuales “carnavales electorales” se ha pasado ya a la etapa agresiva en las manifestaciones populares. Pero, esta vez, en lugar de globos de agua se arrojan huevos –e incluso piedras– a los candidatos que no son de su gusto.
Finalmente, no puede existir carnaval sin picapica. Solo que ahora lo que pica no es un inocente pedacito de papel sino alguna acusación contra el rival. Ya no estamos en el plano de qué es lo mejor para el Perú, sino en el de qué es peor para mi rival. Pero aun esas acusaciones no se basan en las discrepancias sobre lo que debe hacerse en los próximos años para tener un Perú grande, integrado y que ha superado la pobreza sino en ataques personales que están muy lejos de constituir una alternativa de gobierno.
Y es así como, en vez de las propuestas respecto de las cuales los electores deben optar para lograr un Perú mejor, la mayor parte de los candidatos ofrecen planteamientos muy simplones, sin ninguna precisión sobre lo que será realmente su gobierno si salen elegidos.
Pero hay algo aun más grave.
Racionalmente, las elecciones no son un procedimiento para determinar quién no debe ser presidente del Perú, sino, por el contrario, quién debe serlo. Sin embargo, hemos conocido en los últimos días, que en la plaza San Martín de Lima y en tres provincias, se han producido manifestaciones irritadas e irritantes contra un candidato. Por consiguiente, estos actos constituyen no una propuesta de elección sino una contraelección anticipada y haciendo uso de la fuerza. Por consiguiente, un atentado contra la democracia.
Es muy significativo que las manifestaciones ‘contraelectorales’ que hemos observado no sean para respaldar a ningún candidato sino para atacar a uno de los postulantes. Compréndese perfectamente que un candidato organice y pague la organización de una manifestación en su favor.
Pero, en el caso de las manifestaciones ‘contraelectorales’, no se trata de expresiones positivas (es decir, en favor de un candidato), sino de actos que no apoyan a ningún candidato en las elecciones. Simplemente rechazan sin optar, lo que no parece muy electoral, ya que la elección, por su propia definición, busca elegir y no despotricar. ¿Quién está detrás de todo esto? No parece ser otro candidato, pues sería un desperdicio hacer una campaña por el No sin estar acompañada de algún Sí. Esperemos que no se trate de buscar una suspensión antidemocrática de las elecciones para entrar en algo muy complicado.
Esperemos que la segunda vuelta sea más racional y con más altura política.