Hoy los estadounidenses elegirán a su próximo presidente. Las encuestas, que han errado espectacularmente en el pasado, muestran una contienda apretada. Los mercados de las apuestas dan una ventaja a Donald Trump, mientras que según otros indicadores Kamala Harris está ganando terreno.
No hay que sorprendernos si la elección se decide por pocos votos de diferencia en algunos estados claves o si el margen de la victoria es grande. Cualquiera de los dos candidatos puede ganar.
Lo que no es impredecible es la pobre gestión que ambos harían al tomar el poder. A pesar de que, en el pasado, los candidatos presidenciales estadounidenses a menudo han incluido a mediocres, el columnista George Will del “Washington Post” tiene razón al declarar que esta contienda ofrece la peor elección en la historia de EE.UU.
Es imposible evaluar las propuestas de Harris o Trump con rigor, dada la falta de detalles y los pronunciamientos lamentables, vagos o incoherentes de ambos. Trump dice que los inmigrantes se están comiendo las mascotas de los estadounidenses, que no le molestaría que les disparasen a los periodistas y que puede resolver la guerra entre Rusia y Ucrania en 24 horas, por ejemplo.
Harris se expresa con frecuencia de manera sentimental, sin explicar cómo su sensibilidad se traducirá en política. La facilidad que tiene para cambiar de postura según lo que le conviene políticamente hace menos seguro que lo que propone hoy será lo que propondrá mañana. Es así como, en la medida en que se acercó su candidatura, Harris apoyó el ‘fracking’ luego de años de oponerse a él y adoptó una postura firme contra la inmigración ilegal, por ejemplo.
Por lo menos, Harris todavía cree en la inmigración legal. El gobierno de Joe Biden y Harris, por ejemplo, preservó y expandió programas legales de inmigración. Trump, siguiendo lo que hizo en su gobierno anterior, quiere reducir toda la inmigración. Promete la deportación masiva de los inmigrantes ilegales. Dice que estos constituyen una invasión de asesinos, pero no queda claro cómo lograría sacar a millones de trabajadores del país sin incurrir en violaciones de libertades civiles y sin implementar medidas propias de un estado policial. Trump también cerraría programas enteros de inmigración legal.
Tanto Harris como Trump se han comprometido con el proteccionismo. Harris mantendría los aranceles altos que impuso Trump contra China y seguirá la política industrial que subsidia a las empresas estadounidenses. Trump promete ser más severo. Impondrá un arancel del 10% al 20% a todas las importaciones del mundo y de por lo menos el 60% a las de China.
Ninguno de los dos candidatos cree en la responsabilidad fiscal. El déficit fiscal del gobierno de Biden y Harris, por ejemplo, fue del 7,7% del PBI en el 2023. Según el analista Brian Riedl, es el déficit más grande en la historia del país, sin contar emergencias nacionales como pandemias o guerras. Según el Comité por un Presupuesto Federal Responsable, el plan de Harris aumentaría el déficit entre US$300.000 millones y US$8,3 billones dentro de diez años, mientras que el plan de Trump dispararía el déficit entre US$1,65 billones y US$15,55 billones.
Los déficits fiscales contribuyeron a la inflación de los últimos años. Harris insiste en que su plan de aumentar impuestos cubriría el déficit, pero lograría poco en ese sentido. También culpa a la avaricia de las corporaciones y promete implementar el control de precios para bajar la inflación. Trump no es menos populista en ese sentido. Al mismo tiempo que quiere aumentar el gasto, quiere reducir impuestos y pretende que el aumento de aranceles cubra la pérdida de ingresos: una fantasía total.
Riedl calcula que la deuda pública, “que actualmente asciende a US$26 billones, probablemente superaría los US$180 billones en tres décadas” con las propuestas de ambos candidatos. Esta es una elección entre opciones completamente insostenibles e irresponsables.