Somos un país que ha agachado la cabeza y ha aceptado dejarse gobernar por la mediocridad. Tras un mes desde que juramentó el Gabinete Bellido, el Congreso le otorgó el voto de confianza a un grupo de trabajo que no solo convoca a personas cuya moral o capacidad son cuestionables, sino que significa la imposición del ala más radical de la izquierda que nos gobierna.
La última semana ha trascendido que el presidente Castillo hizo un último intento de remover a Guido Bellido para colocar un primer ministro más capaz y menos polarizante. Pero Cerrón ganó. A punta de tuitazos, dejaba en claro que los poderes fácticos y la ‘caviarada’ infiltrada en el entorno de Castillo querían traicionar los intereses del pueblo, pero que ellos no lo iban a permitir.
Y así fue. Guido Bellido no renunció y se presentó el jueves ante el Congreso. Inició su saludo en quechua –lo que está muy bien y no tendría por qué haber desatado esos ataques histéricos de quienes no entienden dónde está el problema de este Gobierno– y luego ofreció un discurso de tres horas lleno de ofertas populistas y generalidades. Muchas bancadas habían condicionado su voto de confianza a lo que dijera el primer ministro. Pero, ¿había siquiera que escucharlo para saber que ese Gabinete no es aceptable? ¿De qué sirve que una persona que no deslinda con la corrupción, con el terrorismo o no cree en la democracia cuente lo que piensa hacer si de plano está descalificado para el cargo? El voto de confianza es la manera como los congresistas le dicen al país “estos señores están capacitados para manejar nuestras vidas”. Y, claramente, Bellido no es esa persona, y buena parte de su equipo tampoco.
Es comprensible, sin embargo, que determinados partidos hayan elegido dejarlos trabajar, ver lo que son capaces de hacer y esperar para fiscalizarlos sobre la base de acciones concretas. Nadie quiere ser acusado de obstruccionista. Lo que resulta inaceptable es la anuencia y ceguera con la que la izquierda más responsable y democrática le está haciendo el juego a Cerrón. La señora Verónika Mendoza no solo ha colocado a gente capaz de su partido bajo el liderazgo de Bellido, sino que a pesar de los insultos explícitos de Cerrón, insiste en formar parte de una propuesta vergonzante, bajo el absurdo argumento de que no se le puede seguir el juego a la derecha ‘achorada’ y hoy más bruta que nunca.
La señora Mendoza, al hacerle la camita a Vladimir Cerrón, está diciéndole al país que eso es lo mejor que la izquierda tiene para ofrecer. Que esas personas, que no dan la talla para estar a la cabeza de los ministerios que se les ha encargado, representan un Perú marginado, pobre, no escuchado.
Y así no es. Justamente en defensa de ese Perú pobre, tantas veces discriminado y que se rompe el lomo trabajando honradamente, es que se necesitan ministros probos y capaces de llevar adelante una agenda de cambio coherente. Precisamente porque hay personas de izquierda y centro izquierda que han trabajado seriamente por el futuro de este país, sin robarle a nadie ni pisotear los derechos de las mujeres o minorías sexuales, es que este Gabinete debió mostrar rostros nuevos, que se ganaran el puesto por su competencia y no por cómplices lealtades.
La derecha más recalcitrante ejerce una oposición ridícula y llena de prejuicios. Como respuesta a esa intolerancia, la izquierda muestra sus peores cartas. ¿Ese debe ser el rol de quienes pueden influir positivamente en el Gobierno del presidente Castillo? Necesitamos gobernabilidad. Lamentablemente, esta no se va a conseguir si los que tienen el deber moral de ofrecernos lo mejor le dan la mano a la prepotencia y renuncian a ejercer una crítica responsable. En la mediocridad, hermanos.