¿Qué comparte la mayoría de los ministros de Economía desde el 2001? De los 18 hombres y mujeres que han ocupado el cargo, 12 obtuvieron sus títulos profesionales en la Universidad del Pacífico (cinco) o la PUCP (siete). Solo tres fueron titulados por universidades públicas (Silva Ruete, Quijandría, Mendoza) y los tres restantes realizaron sus estudios exclusivamente en el extranjero. Esta es una muestra de la calidad de dichas universidades, pero, al mismo tiempo, de que se han construido sólidas redes de economistas identificados y comprometidos (salvo Francke) con el modelo liberal hegemónico. Esto último hubiera sido más difícil con los egresados de otras universidades.
Para un sociólogo, es un claro ejemplo de cómo se distribuyen los recursos en una sociedad. Estas universidades no solo forman capacidades en su estudiantado (capital humano), sino que también enriquecen el contenido y la estructura de sus relaciones sociales. Es lo que llamamos capital social. Es decir, el acceso que se tiene a recursos económicos, sociales y políticos por el hecho de ser parte de una red de relaciones sociales. Es el poder de los contactos, una palabra que muchas veces tiene connotación negativa, pero que en la vida todos movilizamos diariamente para lograr nuestras metas.
El capital social, al igual que otros capitales (productivo, financiero, humano), tiende a estar desigualmente distribuido. Una persona que vive en situación de pobreza puede tener muchos contactos, lo que le permite movilizarlos para una olla común, ronda, faena comunal o para conseguir un cachuelo. No obstante, son recursos limitados que difícilmente lleven a un cambio radical en su situación de vida. Esto, mientras que una persona de nivel socioeconómico alto puede acceder a abundantes recursos movilizando las relaciones que heredó y forjó en la exclusividad de su familia, barrio, colegio, balneario, club, universidad y empresa. Es por esta razón que en una sociedad democrática resulta esencial transversalizar las redes de tal manera que se rompa el control férreo de unos pocos sobre los recursos más importantes.
En un medio político como el nuestro, son pocas las personas que están preparadas para ser presidentes. Es así porque hay dos condiciones básicas que no se cumplen. En primer lugar, desde finales de los años 80, nos deshicimos de la política como carrera y abogamos por ‘outsiders’ no experimentados. En segundo lugar, han desaparecido los partidos como espacios transversales que permitían que se encontraran los disímiles (rural/urbano, Lima/resto del país, rico/pobre), enriqueciendo así las propuestas políticas, fortaleciendo las identidades colectivas y reduciendo las brechas estructurales que siempre nos han separado.
Lo trágico no es necesariamente que Pedro Castillo esté aprendiendo a ser presidente, sino que no tiene con quién aprender. Sus orígenes y trayectoria política han encasillado su capital social: campesino, rondero, sindicalista, con limitada proyección nacional. A su vez, el partido con el que llega al poder tiene con las justas presencia y experiencia regional. El capital social que predomina en su caso es horizontal, de vínculo cercano, y así consolidó su identidad de hombre de pueblo cuando era candidato.
Para gobernar, no obstante, también necesita de capital social vertical, lo que algunos autores llaman “puente” o “escalera”. Y ello significa romper con el capullo del paisanaje, el compadrazgo, la afinidad sindical o amical, y tejer nuevas relaciones que permitan acceder al conocimiento, experticia y mérito. Y claro, debe buscar esas competencias entre aquellos que comparten su vertiente ideológica.
Desafortunadamente, Pedro Castillo no está dispuesto a seguir este camino. Desconfía como todos los peruanos. Pero es el presidente. No puede gobernar bien con un círculo íntimo de malos consejeros, inescrupulosos operadores y en la opacidad. Hace la finta de nombrar a “caviares” calificados y honestos para apaciguar los reclamos de la población y prensa (capital vertical), pero los mantiene alejados, les oculta información, los maltrata y obstaculiza. Al parecer, funciona bajo las consignas de “a mis amigos todo” y a “jugar al muertito”. Su imagen de gobernante humilde y honesto se ha esfumado.
Le haría bien mirar al sur y observar cómo una izquierda responsable se prepara para gobernar a todo un país.