Conforme uno envejece los maestros mejoran. No porque su legado se transforme, sino porque recién con el paso del tiempo se llega a la altura de su valía. Siento eso ahora que Enrique Zileri se fue.
Prefiero obviar el anecdotario común que mitifica cierres, gritos y temperamentos. Una vida no se reduce a la anécdota, y cultivar la ira como destreza laboral es un desastre que el periodismo haría bien en descartar como interesante. Zileri era más.
Parafraseando a alguien que escribía parado, el periodismo es gracia bajo presión, y la gracia como estilo – seña de identidad propia de Zileri que a su vez trasladó al ADN de “Caretas”– siempre será el más justo referente de su trabajo. Nada más potente que hacer pensar con una sonrisa, o al revés.
UNO
Lo poco que aprendí de periodismo lo hice viendo cómo lo hacía Enrique. Porque lo hacía mejor de lo que lo explicaba. Víctor Ch. Vargas cuando no le entendía la idea de una foto le llevaba papel y lápiz para que se la dibuje: la revelación era inmediata, sin palabras, y contagiosa. Verlo diagramar era contemplar a un león cazando un antílope, alias la noticia. Una exhibición de inteligencia plástica y codificación gráfica al servicio de un contenido valioso. Esa era la simpleza perfecta de su escuela: no solo sabía qué hacer, mostraba cómo hacerlo.
DOS
Contar con un jefe convencido y militante de la creatividad hace estimulante – inclusive divertida– aquella perversa, por no decir antihigiénica, relación entre el sudor de la frente y el pan.
Enrique enseñaba a pensar de manera lateral, elíptica, y diagonal para luego transmitir un mensaje frontal. Lejos de guardarse el don para sí mismo invitaba a que fuera un lenguaje común. Un dialecto propio que fusionaba un equipo y que a la vez conectaba con la manera distinta con que “Caretas” ha visto siempre los sucesos. Pálidos, pero serenos.
TRES
El periodismo lo puede ejercer cualquiera. Si antes se necesitaban diez dedos ahora bastan dos, aquellos con los que se tipea en un teléfono.
En cambio trabajar a diario en este oficio con alguien que sacrifica la conveniencia personal a favor de un bien común es una referencia moral inmensa.
Enrique la aplicaba en la esfera pública. Como mandan los cánones tenía que morir para que se reconozca sin pudor su defensa de la democracia, su enfrentamiento a las dictaduras, su pelea por la libertad de expresión. Pero también lo hacía en el ámbito privado, donde un amigo era un hermano de otra madre.
Un ejemplo así enseña a comportarse, y genera el aprecio por los usos y costumbres de una conducta en vías de extinción, la lealtad. Esta es la madera con que Zileri hizo sólida la nave de “Caretas”, siempre enrumbada hacia la tormenta perfecta más cercana.Tuve el privilegio de trabajar y conocer a Enrique Zileri durante casi tres décadas. Su ausencia deja un sereno vacío, orfandad electiva compartida con los compañeros de redacción. Pero presiento que su compañía, la que no se irá nunca, recién comienza.