Martín Vizcarra emergió frente a la frustración con una clase política que está –con excepciones que solo confirman la regla– podrida de arriba abajo y de derecha a izquierda.
En la búsqueda colectiva de alguien diferente que pudiese sacarnos del fango, un poco como que nos lo inventamos. “Es la persona, no es uno de ellos”. Los superlativos niveles de aprobación en casi todo su gobierno no dejan duda de que así se le veía.
Lo conocí en el gabinete y me formé una buena impresión. Me parecía sencillo y honesto. Es verdad que, viéndola en perspectiva, su renuncia al Ministerio de Transportes y Comunicaciones para pedir luego irse a Canadá no fue un acto encomiable y dejó un sabor amargo.
En los meses siguientes a mi renuncia al Gobierno, mantuve comunicación con él, expresándole que, a mi juicio, era errado para con el país, e injusto con él, que se le presionara para que diga que dejaría la vicepresidencia para desalentar a los vacadores. Pero una cosa era no renunciar y otra muy diferente coordinar tiempos y detalles de la vacancia, nada menos que con Héctor Becerril.
Vía WhatsApp instruye a Hernández –su correveidile– “…llama a HB y dale tranquilidad [...] cuando lo cierren [los votos para la vacancia] lo conversamos personalmente porque solo falta eso, si eso está cerrado entonces nosotros damos el paso”.
Más chocante aún, poner de primer ministro a Villanueva, autoproclamado líder de una segunda vacancia contra PPK y que había jurado que no lo hacía por un cargo público. Sabemos lo que valen los juramentos de nuestros políticos. Sabemos por los fiscales Lava Jato de lo que era capaz Villanueva.
En sus primeros meses de gobierno se sospechaba que existía un pacto de no agresión con la mayoría en el Congreso. Era más que eso. Era fruto de acuerdos secretos con Keiko. Ambos dijeron luego que el otro no quería que estas reuniones las conociese la población. Probablemente ambos faltan a la verdad.
La crisis de “los cuellos blancos” le permitió erigirse como el defensor de la moralidad pública, frente a un Congreso que evidentemente no la expresaba. Fue revelador que, cuando propuso el referéndum, Milagros Salazar lo llamara en el chat La Botica “malnacido y traidor”. Solo a alguien que estaba de tu lado, lo tratas de traidor.
Con el previsible arrastre de la seductora no reelección de congresistas, consiguió en el referéndum el apoyo abrumadoramente mayoritario de la ciudadanía. Sabemos ya que, en relación al Congreso, solo significó cambiar mocos usados por babas de estreno.
Poco a poco, debido a lo relatado y a varias otras razones que no entran en esta columna, muchos nos hemos dado cuenta de que Vizcarra no era la figura transparente, honesta, meritocrática, eficiente e inteligente que había logrado construir. Inteligente era y es. Quizás mejor decir, muy hábil para construir una imagen que lo ayudara a posicionarse bien en cada momento.
Y qué mejor que la de luchador contra la corrupción, para curarse en salud de los casos en los que a él podrían investigarlo. Pero no calculó que, para salvar el pellejo, sus corruptores y su socio lo dejarían desnudo ante la evidencia.
A estas alturas ya no sorprende mucho que vaya como candidato al Congreso con Salaverry, quien barrió el suelo con su imagen por el caso Chinchero. Alguien que traicionó a Fuerza Popular con gran sentido de oportunidad, pero poco de ética. Alguien que tiene también varias cuentas que aclarar. “¡En la oportunidad, hermanos!”, podrían arengar ahora ambos personajes, dado su compartido y nada remoto pasado aprista.
Supera con creces a todo lo anterior la imperdonable mentira de decirle al país que tendríamos millones de vacunas al empezar el 2021. Especialmente inhumano jugar con la esperanza de los más viejitos, los que le creyeron cuando se les aseguró que lo peor estaba pasando. Más bien parece que en el bicentenario, cuando los demás países estén ya viviendo con normalidad, nosotros seguiremos hundidos en las olas del virus.
Viéndolo en perspectiva, esa persona que llegó a representar la ilusión de que la política podía ser diferente, que no todos tenían que ser traidores a su palabra ni obtener ventajas indebidas de su posición de poder, en realidad era uno de ellos. Solo que más hábil para esconderlo.
CODA: El gobierno de Sagasti, sin tener responsabilidad mayor, se está enredando con lo de las vacunas y ello le puede regresar como búmeran. Lamento decirlo, pero Pilar Mazzetti, habiendo estado desde el primer día y hasta hoy a cargo del tema COVID-19 y habiendo sido parte de los que mal informaron a los peruanos, debe renunciar. Si no, eliminemos el concepto mismo de responsabilidad política de nuestro diccionario.