En pleno siglo XXI, las economías más prósperas del mundo se enfocan en el desarrollo de productos intangibles y servicios basados en la innovación y la digitalización. Con más razón en tiempos de pandemia. Algunos expertos internacionales, como Jeannotte (2021), han señalado que, a pesar del COVID-19, las actividades creativas –desde la programación de videojuegos, pasando por el teatro hasta los contenidos multimedia para plataformas como Netflix– han sido altamente valoradas. Esto conduce a cuestionarse cuál será la “nueva normalidad” para este sector en los siguientes años.
No en vano los países miembros de la Alianza del Pacífico han resuelto recientemente impulsar de manera conjunta el desarrollo de estas actividades, considerando que el fomento de las libertades creativas está en el centro mismo de las políticas de desarrollo humano.
Tener un alto PBI per cápita, pero poca música, arte, literatura, etc., no equivaldría a un gran éxito en el desarrollo en palabras del Nobel Amartya Sen. Y es que, de una forma u otra, la cultura envuelve en nuestras vidas nuestros deseos, nuestras frustraciones, nuestras ambiciones y las libertades que buscamos. La libertad y la oportunidad para las actividades creativas se encuentran entre las libertades básicas cuya mejora puede considerarse constitutiva del desarrollo.
Pero, además, estas expresiones creativas tienen un impacto en los procesos productivos de los países a través de bienes y servicios que constituyen lo que se conoce como economía creativa. Es decir, un conglomerado de actividades basadas en la generación y distribución de productos cuya materia prima descansa en el acervo de intangibles de cada país.
En otras palabras, las actividades culturales y de creación no son solo valiosas porque nos permiten expresarnos, sino que, además, tienen un impacto concreto en la productividad de los países en pleno siglo XXI debido a la sofisticación e innovación que pueden suponer.
Hay experiencias internacionales relevantes que dan cuenta del impacto de estas industrias en el proceso productivo de otros sectores y, por ende, de su capacidad para contribuir a la economía a través de la innovación intersectorial. Por ejemplo, hay evidencia empírica que muestra que las actividades de diseño industrial –eminentemente creativas– se encuentran directamente relacionadas con un mejor desempeño de las empresas en términos de productividad, innovación y exportaciones.
Entonces, la cultura no debería ser sexi solo para las personas de sensibilidad acendrada, sino también para quienes están buscando impulsar nuevas formas de crecimiento económico que incluye mayores niveles de empleo.
Además, la economía creativa facilita un mejor aprovechamiento de los beneficios de la digitalización dado que sus frutos pueden comercializarse fácilmente por plataformas de ese tipo. Esta ha sido la mejor forma de ver cómo es que elementos de nuestro patrimonio intangible aparecen de cuando en cuando en superproducciones que consumimos con mayor familiaridad vía alguna solución a demanda –plataformas de ‘streaming on demand’ tales como Apple TV, HBO, etcétera–.
La lógica nos indica que países con un mayor acervo cultural deberían ser más proclives a desarrollar la economía creativa. Sin embargo, esto requiere de una serie de decisiones políticas que nos llevan del mero deseo al resultado. Ese es claramente el caso del Perú.
Esto explica por qué muchas empresas de la incipiente economía creativa peruana no encuentran canales que les permitan innovar y desarrollar nuevos productos y modelos de negocio en colaboración con otros sectores. En general, las empresas de sectores tradicionales no siempre visualizan o cuentan con el capital financiero o relacional para incorporar mayor valor agregado a sus productos por la vía del diseño o la utilización de insumos creativos a sus procesos. Enlazar a estos universos supone definir un listado de acciones que nos permitan iniciar una ruta que no solo abra la riqueza inmaterial del Perú al orbe, sino, y sobre todo, que mejore la productividad de quienes crean para su propio beneficio y el de toda la economía en general.