El existencialismo de Jean-Paul Sartre popularizó, allá por la década de 1950, la fórmula según la cual la existencia precede a la esencia.
Para el existencialismo, la piedra no existe. La piedra simplemente es y ya nada le es posible y justamente por eso no existe. Dios tampoco existe, porque es un ser que no tiene ninguna posibilidad que cumplir, habida cuenta de su perfección, eternidad e infinitud. Nada le falta y no necesita realizar ninguna posibilidad para colmarse.
Es el ser cumplido y cabal por excelencia.
El hombre está siempre in fieri, o sea en devenir, en formación y desarrollo, haciéndose; y para hacerse, existe.
Dios no, precisamente por su misma perfección. A lo perfecto ya nada le es posible. A la piedra ya nada le es posible. A Dios tampoco. Pues bien: ni la piedra ni Dios existen, únicamente son. En cambio nosotros vamos siendo y des-siendo. Nuestra vida es el vaivén del ser y del des-ser. Lo creyó así, y con razón, don José Ortega y Gasset. Véase lo que dijo al respecto:
“La vida está constantemente siendo y des-siendo, algo que nunca sólo es sino que siempre, además, des-es. La vida no debiera decirse que es, sino, precisamente, que vive.” (José Ortega y Gasset, O.C., XII, 202.)
“La realidad radical que es la vida –decíamos– no es, sino que es y des-es; está pasando y aconteciendo, es un flujo continuo.” (236)
“El hombre pasa y atraviesa por todas esas formas de ser; peregrino del ser, las va siendo y des-siendo, es decir, las va viviendo.” (237)
DueñoDícese dueño del que tiene dominio o señorío sobre persona o cosa. “En este sentido solía llamarse así también a la mujer; uso que aún se conserva en los requiebros amorosos, diciendo dueño mío, y no dueña mía.” (Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española. Decimonovena edición. Madrid, 1970, s.v. “Dueño, ña”.)
Pero en los requiebros amorosos del Perú ya no se conserva dicho uso. Sabemos que lo hubo por el reproche que dirige Juan de Arona a “los que afectadamente dicen la dueño por la dueña, que por desgracia no son pocos”.
(Melgar lo dice en su yaraví “Crueldad”, que con tanto acierto interpretan los Hermanos Portugal.) Y agrega el diccionarista que “si en lo antiguo era el nombre exclusivamente común de dos en masculino, aún en los clásicos del siglo XVII se escapa con frecuencia la dueña por la dueño”.
Y si hoy, dice Paz Soldán y Unanue, ya no es temible la ambigüedad “por haber desaparecido las dueñas quintañonas que vivían entre Alca y Hueta, no hay por qué rehuir la terminación femenina”. (Juan de Arona, Diccionario de Peruanismos. Lima, Ediciones Peisa, 1975, I, s.v. “Dueño”.)