En las relaciones internacionales, todo puede resultar poco y polémico al comentar ciertos hechos puntuales. Esto aumenta si pincelamos a actores gravitantes y, aún más, si abordamos la trayectoria de ‘Míster K’, el bávaro-judío que recientemente celebró sus 100 años.
Habiendo recibido formación militar en Estados Unidos –adquiriendo entonces su nueva nacionalidad–, sirvió como agente de inteligencia en Hannover durante la Segunda Guerra Mundial, intervino en política, trabajó en Harvard y se desempeñó como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado, principalmente.
Brillante, negociador fértil, ligero de escrúpulos, combatió la expansión comunista. Promovió la distensión con Moscú, la limitación de armas estratégicas y –tras el despliegue indiscriminado de plomo entre norcoreanos comunistas y sus detractores surcoreanos– se metió de pico y pala en la guerra vietnamita.
Juntamente con el diplomático norvietnamita Le Duc Tho, gestaron un acuerdo de paz suscrito en París e iniciado en 1973, hecho premiado con el Nobel de la Paz. El norvietnamita rechazó el galardón alegando que no había tal paz y ‘Míster K’ lo aceptó “con humildad”, ya retiradas las tropas estadounidenses de Vietnam. La paz llegó en 1975, con la caída de Saigón, rebautizada Hò Chi Minh. Vietnam es el Waterloo estadounidense.
Ante la sísmica revolución cultural china gestada y moldeada por Mao en plena guerra fría, ‘Míster K’ acordó con el líder chino el deshielo con su par, Richard Nixon, el único presidente estadounidense que agonizó 30 años tras beber la cicuta política, Watergate mediante.
Dicho acercamiento alteró el mapa geopolítico de Moscú, misión vital y ampliamente estudiada. Así –y pese a las inevitables desavenencias que condimentan las complejas y competitivas relaciones sinoestadounidenses– ambas potencias normalizaron su convivencia desde 1979.
Resulta imposible no recordar al protagonista de esta columna desestabilizando gobiernos democráticamente elegidos. Conversaciones telefónicas publicadas revelan la preocupación de la administración de Nixon por el ascenso de Salvador Allende en Chile. En 1970, no siendo todavía secretario de Estado, dijo: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”.
Así, ‘Míster K’ desplegó toda su artillería en Chile, Argentina, Uruguay, Cuba y más.
La incursión militar cubana en Angola en 1976 –evidenciando pretensiones expansivas– motivó diversas reacciones del perfeccionista estratega internacional, contemplando incluso invadir la isla, un plan abortado muy a su pesar.
El tiempo demostró que sus desvelos eran justificados. Hasta ahora, legiones de criminales han asesinado, torturado, hambreado y humillado a incontables isleños. Cuba lleva 64 años exportando –a toda mecha– su cáncer comunista utilizando todos los medios para alcanzar sus fines.
Exponente de la ‘realpolitik’, ‘Míster K’ fue un precursor de la guerra híbrida perforando fronteras.
Así como Cleopatra, Sun Tzu, Pachacútec, el cardenal Richelieu y Talleyrand –palomas y halcones por igual–, ‘Míster K’ también ejerció esa doble condición cuando juzgaba que la integridad y la seguridad de su país peligraban o su predominio político y militar era desafiado.
Tras la invasión rusa a Ucrania, el centenario político ha regresado con su último libro bajo el brazo: “Liderazgo”. Ratifica y amplía sus reflexiones –que hago propias– afirmando: “Para Rusia, Ucrania nunca será simplemente un país extranjero. La historia comenzó en […] Kievam-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos y sus historias estaban entrelazadas […]. Para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser un puesto avanzado de ninguno de los dos lados contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos”.
Comprendiendo largamente las raíces y la complejidad de la guerra entre dos países históricamente hermanados, el prolífico autor –con más de ocho libros publicados– insiste en que Occidente debió tomar en serio las preocupaciones moscovitas calificando de error la invitación de la OTAN a Ucrania a incorporarse a su alianza militar.
El inmenso despliegue diplomático de Henry Kissinger ya constituye una leyenda que sobrepasa su época y sus pasivos, a pesar de muchos biógrafos y académicos críticos que, posible y ocultamente deseándolo, no calzarían jamás sus zapatos.