Es impresionante el manto de silencio –y, con este, de impunidad– con el que parte de la prensa nacional está cubriendo el hecho gravísimo de que en Lima se haya capturado a Muhamad Amadar, sujeto de origen musulmán aparentemente vinculado con la organización terrorista libanesa Hezbolá.
Quizá la minimización mediática se deba a la postura antisemita de muchos periodistas locales, quienes ya demostraron su posición antijudía durante los últimos atentados del fundamentalismo, a manos de Hamas, contra Israel. Frente a eso los indicios son contundentes y hay razones suficientes para creer que Amadar habría estado preparando un ataque contra instituciones de la comunidad judío-peruana y la embajada israelí.
Tal eventualidad no sería la primera vez. En 1990 Hezbolá intentó asesinar al entonces dirigente comunitario judío en Lima Yacov Hasson. En la década pasada se registraron por lo menos dos detenciones de presuntos terroristas musulmanes, pero todo se manejó –como ahora– casi en silencio. Y en el 2009 el ex jefe del Estado Mayor Conjunto del Perú, general EP (r) Francisco Contreras, denunció que Irán presta un importante apoyo a las organizaciones terroristas en América Latina.
Y eso es cierto: los iraníes (que financian a Hezbolá) entraron estratégicamente a Sudamérica a través del dictador venezolano Hugo Chávez, quien, bajo influencia del presidente Mahmud Ahmadineyad, permitió y alentó una serie de atentados contra la comunidad judía en su país. Asimismo, al igual que en Venezuela, los iraníes encabezados por el ministro de Defensa, Ahmad Vahidi, tienen muchos lazos de cooperación, equipamiento militar y acuerdos defensivos con el régimen de Evo Morales en Bolivia, al punto que han financiado un amenazante emplazamiento de tropas aerotransportadas cerca de la frontera peruana.
El Hezbolá, no olvidemos, ya irrumpió en el subcontinente cuando en 1994 dinamitó la Mutual Israelita en Buenos Aires, que mató a 85 personas e hirió a más de 300. Su accionar está, por lo demás, bien rastreado en el corredor que va desde el norte de Chile, y la zona de Tacna, hasta la paraguaya Ciudad del Este, en la frontera tripartita con Argentina y Brasil. Esta zona es conceptuada por numerosos analistas de seguridad como un ‘santuario’ para los extremistas musulmanes, y allí abunda el tráfico de armas, de drogas, y la falsificación de dinero y documentos. Además, hay indicios de la venta de uranio boliviano para el desarrollo de armas estratégicas de los iraníes. Más aun, está documentado en la comunidad de inteligencia estadounidense que, tras los atentados contra el World Trade Center de Nueva York en el 2001, hubo la posibilidad de que Estados Unidos lanzara un ataque justamente contra la zona de la triple frontera a manera de represalia inmediata contra Al Qaeda. Y muchas veces se han denunciado vínculos entre Hezbolá y las FARC de Colombia.
También hay indicios de que el fundamentalismo musulmán tuviera vínculo con el tráfico de armas jordanas hacia el año 2000 en el Perú.
Existe, pues, muchísima información abierta disponible para la prensa de investigación peruana, que tiene capacidad de abordar temas mucho más graves que los reiterados escándalos domésticos de nuestra política.