“¿Por qué nos odian?”. Este fue el titular de portada de la revista “Newsweek” pocos días después de los ataques del 11 de setiembre del 2001 en Estados Unidos. El titular se refería al hecho de que todos los terroristas involucrados en los ataques eran musulmanes animados por un odio visceral contra EE.UU. y el mundo occidental. Los ataques provocaron una feroz respuesta militar por parte de EE.UU. y sus aliados, así como un intenso debate acerca de las causas de ese odio y la mejor manera de enfrentarlo. El debate popularizó la hipótesis del “choque de civilizaciones”, según la cual las religiones y culturas reemplazarían al choque de ideologías –comunismo contra capitalismo, por ejemplo– como fuentes de los conflictos internacionales. El enfrentamiento de la civilización islámica contra la occidental es un importante pronóstico de esta visión.
Hoy sabemos que este pronóstico no fue acertado. Más que un choque entre civilizaciones lo que ha ocurrido es un sangriento choque dentro de una civilización: islam. La inmensa mayoría de las víctimas del terrorismo en el ámbito mundial son musulmanes inocentes asesinados o heridos por musulmanes radicalizados. Los ataques de terroristas islamistas contra europeos y estadounidenses han sido graves y siguen siendo una amenaza real y el reciente ataque a la mezquita en Nueva Zelanda forma parte del nuevo activismo criminal de los supremacistas blancos. Pero el número de víctimas del terrorismo islamista en EE.UU. y Europa es bajo en comparación con las muertes que causan esos terroristas en países musulmanes.
Para enfrentar con éxito este terrorismo hay que comprender a fondo sus orígenes y motivaciones así como la actual situación del islam. La urgencia de esta mejor comprensión del islam no es solo por el terrorismo. En este siglo el islam moldeará temas críticos para la humanidad, tales como el futuro de África y el oriente próximo, los flujos migratorios, la lucha contra la pobreza, y tragedias como las de Siria y Yemen o la de los rohinyá.
Hoy hay 1.800 millones de musulmanes y son el grupo religioso que más rápido crece debido a la juventud de sus fieles y a su mayor número de hijos. Para fines de este siglo habrá más musulmanes que cristianos en el mundo y antes, en el 2050, el 10% de los europeos serán musulmanes.
Hasta finales de los años 90, el análisis del rol del islam en el desempeño económico había sido prevalentemente dominado por teólogos, sociólogos y politólogos. Esto está cambiando y hay cada vez más investigaciones de economistas que aplican al estudio del islam las teorías y métodos modernos de su disciplina. Timur Kuran, profesor de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, acaba de publicar la más exhaustiva reseña que se ha hecho hasta ahora de la relación entre el islam y la economía. El ámbito de este trabajo es amplísimo e imposible de resumir pero el texto completo está en “The Journal of Economic Literature”.
Una de las preguntas más críticas es si el islam retarda el desarrollo económico. La realidad es que los países donde la mayoría de la población es musulmana son más pobres que el promedio del resto del mundo. En el 2017 el ingreso por persona de los 57 países miembros de la Organización de Cooperación Islámica fue, en promedio, 11.073 dólares. Ese año el ingreso por persona de todos los demás países fue de 18.796 dólares. En naciones con mayorías musulmanas, las expectativas de vida son más bajas y el analfabetismo más alto. Además, en países como India, por ejemplo, donde importantes porcentajes de la población practican diferentes religiones, los musulmanes tienden a ser los más pobres. La pobreza relativa de los musulmanes ocurre tanto en países donde son minoría como en los que constituyen el mayor grupo religioso. No obstante, el profesor Kuran alerta que si bien estos datos son muy sugerentes, no son suficientes para concluir que el islam está reñido con la prosperidad económica. Después de todo, las economías de los países pobres del sur de Asia y de América Latina también sufren de un mediocre y crónico desempeño.
La revisión de los artículos científicos publicados desde 1997 revela otros interesantes resultados. Algunos ejemplos: quienes participan en la peregrinación anual a la Meca adquieren actitudes que favorecen el crecimiento económico y una mayor tolerancia hacia los no musulmanes. Los individuos cuyas madres ayunaron durante el Ramadán estando embarazadas de ellos tienen vidas más breves, mala salud, menos agudeza mental, bajos logros educacionales y un débil desempeño laboral. La filantropía de los musulmanes tiende a favorecer más a la clase media que a los más pobres. Las reglas que rigen las llamadas “finanzas islámicas” no tienen mayor efecto en la conducta financiera de los musulmanes. Los gobernantes de países musulmanes han contribuido a la persistencia del autoritarismo a través del uso del islam con fines políticos.
Necesitamos más y mejores estudios de este tipo. Ahora más que nunca nos hace falta comprender a fondo el islam, sus problemas y sus promesas.