Este año serán las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Entre los analistas políticos, la opinión generalizada es que Donald Trump será el candidato republicano y que, además, probablemente resulte elegido presidente de su país por segunda vez. ¿A qué se debe su éxito político?
El politólogo estadounidense Steve Levitsky sostiene que uno de los factores es la poderosa resistencia a convertirse en una democracia multirracial, de parte de un sector de la población estadounidense y muy en particular de su élite republicana (“Letras Libres”, 5/2/24). El punto es interesante y permite develar el peso de determinadas tradiciones y su impacto en la política. Por supuesto, como aclara Levitsky, esto no es privativo de los Estados Unidos: es posible encontrarlo en Europa, y habría que añadir que también en algunos países de América Latina.
Levitsky considera que la presencia de la familia afroamericana del presidente Barack Obama en la Casa Blanca disparó sentimientos reaccionarios. Da un dato que permite calibrar la radicalización en su país y, seguramente, la dimensión de los temores ligados a la tradición: “una encuesta del 2021, auspiciada por el American Enterprise Institute, reveló que el 56% de los republicanos concuerda con la afirmación de que el estilo de vida estadounidense está desapareciendo tan rápido que podríamos necesitar usar la fuerza para prevenirlo”.
La defensa del “estilo de vida estadounidense” es tan poderosa que, así como justifica el uso de la fuerza, le sirve de base al particular estilo político de Donald Trump, incluidas sus afirmaciones destempladas. No por gusto el premio Nobel de Economía Paul Krugman (2008) invoca a tener presentes declaraciones del entonces presidente estadounidense: “¿Recuerdan todas las veces que dijo que el COVID-19 desaparecería? ¿Recuerdan la rueda de prensa sobre el “desinfectante”? ¿Recuerdan la hidroxicloroquina? […]. Ah, y por si lo han olvidado, Trump sigue negándose a admitir que perdió las elecciones del 2020″ (“El País”, 17/2/24).
La defensa cerrada de la candidatura de Trump no obedece principalmente a que haya un descenso de la economía estadounidense –de hecho, el 2023 creció 2,5%, por encima de la mayoría de economías europeas–. Tampoco, sin negar que pueda existir un significativo número de estadounidenses que se sienten perdedores en el proceso de globalización. Para muchos de los que han votado o votarán por Trump –de concretarse su candidatura– esos son factores a considerar, pero la lealtad de la élite republicana tendría un origen diferente, ese que identifica bien Levitsky y que posee el peso suficiente como para pasar por alto exabruptos y negativas sin fundamento.
Cuando finalice el próximo mandato presidencial estadounidense, el demócrata Joe Biden tendrá 86 años y el republicano Trump tendrá 82. La diferencia de edad entre los dos posibles candidatos no es mucha; son, más bien, de la misma generación. No obstante, la edad de Biden, el actual presidente, puede convertirse en el factor decisorio de la campaña electoral estadounidense. Este rasgo del proceso lleva a Krugman a sostener que “gran parte del estamento político parece haber decidido hacer de esta temporada electoral un ejercicio de diagnóstico geriátrico a distancia por aficionados que se centran en la edad y la apariencia del presidente Biden”. Es de esperar que, ya definidas las candidaturas, las discusiones políticas superen tanto el apego a la tradición como la preocupación geriátrica.