Una lobista, un vidente y un expelotero entran a Palacio de Gobierno. Parece el inicio de un chiste, pero es anécdota. El meme supera a la realidad política blanquirroja.
Pocas personas han tenido un acceso tan exclusivo al jefe del Estado como Karelim López. La gestora de intereses empresariales acumula tres visitas al ex secretario general Bruno Pacheco y otras tres directamente el presidente de la República, Pedro Castillo. Una de ellas con el exjugador de ‘julbo’ Jean Ferrari, seguramente para permutar opiniones sobre el 4-5-1 de la selección. López, además, también es privilegiada conocedora de los interiores de la primera guarida de la nación en Breña. Seis días después de su última (conocida) incursión, el consorcio que representa López se adjudicó una millonaria licitación, ganando por 27 céntimos al otro postor. Curiosamente, además, ambos consorcios competidores tenían el mismo dueño. Coincidencias de la vida…
Uno no quisiera ser mal pensado, y creer que a lo mejor López y Ferrari visitaban a Castillo para ayudarlo con la “chanchita secreta” que el presidente estaba armando para los niños huérfanos. O, quizá, le estaban auxiliando en los preparativos de la venidera cena navideña. Pero la hipótesis de que el profesor chotano haya estado involucrado en un tráfico de influencias suena un poco más verosímil que un inocente intercambio de regalos pascual. Al menos, así lo entiende el procurador general de la Nación que acaba de denunciarlo, y así lo informa IDL-Reporteros que dio cuenta de un frustrado intento de delación premiada por parte de López, que, si se reactiva, podría terminar por hundir al mandatario.
Todo esto me hizo recordar a otra señora K, Karem Roca. La poderosa exsecretaria que manejaba la agenda presidencial, y estructuraba el calendario de Martín Vizcarra, repartiéndolo entre citas con Richard Swing, sesiones espiritistas con Hayimi y una que otra vacunita por allí.
El poder de Roca, sin embargo, trascendía a sus facultades organizativas, sino que reposaba más bien en las cognitivas. Lo que ella sabía sobre el presidente se convertía en una perita en dulce para un opositor interesado. La sospecha de la corrupción sumada a un Congreso hostil era suficiente para iniciar un nuevo proceso vacador. Y ya sabemos que, una vez abierta esa puerta, ningún portador de la banda presidencial ha tenido éxito en volverla a cerrar.
¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿En qué momento la duración del mandato presidencial dejó de estar regida por el artículo 112 de la Constitución y pasó a estar controlada por audios, chats y declaraciones de aspirantes a colaboradores eficaces?
La respuesta la tiene una tercera señora K, Keiko Fujimori. Fue la lideresa de Fuerza Popular quien, ostentando y despechugando su poder congresal en el 2017, inauguró la temporada de caza presidencial. Aquella se inició con Westfield Capital, pasó por los Mamani-audios y concluyó con la renuncia de PPK. Fue ese acto de vendetta política del fujimorismo el que concedió el señorío detonador a las Karem y Karelim de nuestra vida política, años más tarde.
Y es, precisamente, un similar espíritu de venganza –condimentado, por supuesto, por un instinto de supervivencia– el que impulsó a Karem Roca a darle una estocada a Martín Vizcarra por la retaguardia, y quién sabe si alguno de esos ingredientes termine incluido en la receta en la que se cocine una eventual destitución de Castillo.
Así nos atrapa la Navidad del 2021 a todos los peruanos. A la expectativa de un destape. Al acecho de un escándalo que, en plena Nochebuena, nos amargue el panetón y nos enfríe el chocolate.