La estampida en el keikismo apenas ha empezado. El congresista Rolando Reátegui se convirtió en testigo y denunció a sus antiguos compañeros, José Chlimper renunció a la secretaría general de Fuerza Popular, el congresista Francisco Petrozzi se fue de la bancada; el presidente del Congreso, Daniel Salaverry, pidió licencia a su grupo; cinco parlamentarios se entrevistaron con el presidente Martín Vizcarra sin informar a la cúpula partidaria (antes se necesitaba su permiso hasta para aplaudir). Probablemente se trata del comienzo de una huida imparable de las filas del hasta hace poco poderoso partido liderado por Keiko Fujimori. El llamado de la lideresa al reencuentro y la reconciliación ha tenido una nula acogida. Un viraje tan repentino y acentuado llama a sospecha y se vincula de manera evidente a su precaria situación. Pero, sobre todo, por provenir de alguien que carece ahora de poder, cae en el vacío. En realidad, si bien formalmente su bancada sigue siendo mayoritaria, ya no responde completamente a sus órdenes y, lo más importante, tiene que someterse en casi todo a los dictados del gobierno y las tendencias de la opinión pública.
¿Podrá recuperarse el fujimorismo de esta catástrofe? Muy difícil. En primer lugar, como todos los denominados partidos hoy en día, gira alrededor de un caudillo con posibilidades de atraer votos y de llevar a sus adeptos a puestos públicos. Las perspectivas de Keiko para hacer eso en futuras elecciones casi han desaparecido. En segundo lugar, es muy improbable que Keiko cambie radicalmente y se convierta en una dirigente hábil y competente capaz de conducir sus huestes al triunfo. Perdió dos elecciones que tenía al alcance de la mano en el 2011 y 2016 y encaminó a su enorme bancada al abismo, rodeada de un pequeño grupo de fieles incapaces y torpes. No parece ser un ave fénix. En tercer lugar, no tiene sucesores. Por ejemplo, los dos últimos presidentes del Congreso son recién llegados al fujimorismo y es posible que lo abandonen tan pronto puedan. La anterior, Luz Salgado, es de la vieja guardia, que no tiene ni la talla ni la edad para renovar ese grupo. La única posibilidad sería Kenji, pero fue demolido por su hermana y tardará en recuperarse. Hasta ahora no ha mostrado cualidades que avizoren que se convertiría en un dirigente de primer nivel, pero es la única opción que parece tener el fujimorismo en el futuro. Ellos se hundieron sobre todo por sus propios errores. No obstante, la coalición antifujimorista, incentivada por afanes muy específicos, hizo su trabajo.
Ahora han derribado a Víctor Shiguiyama, el jefe de la Sunat, van tras Chlimper y otros directores del BCR, pero el próximo objetivo realmente importante de esa victoriosa coalición es, sin duda, el fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. Muy poderosos intereses quieren retomar el control de esa institución, que perdieron cuando dejó el cargo Pablo Sánchez. Ahora con el fujimorismo hecho trizas, las posibilidades de defenestrar a Chávarry han aumentado significativamente, sobre todo teniendo en cuenta que hay sectores del Ministerio Público que actúan con autonomía y están, descarada e impunemente, coludidos con el antifujimorismo, filtrándoles continuamente información que se convierte en arma mediática y política para sus propósitos. El descalabro del fujimorismo reduce pero no descarta la posibilidad de una clausura del Congreso por parte del presidente Martín Vizcarra. Aunque ya no lo necesitaría porque es imposible que la mayoría desarrolle una política obstruccionista, sí puede requerirlo para aumentar su popularidad en caso que esta decrezca y en la eventualidad que intente cambiar las reglas del juego convocando una Constituyente. El futuro de la coalición antifujimorista también está en duda. Aunque intentarán revitalizar imaginariamente a su enemigo para mantener el entusiasmo de su clientela y el concierto entre sus disímiles componentes, al irse extinguiendo el objeto de su encono también decaerá el entusiasmo de su público. Algunos utilizan la indignación mayoritaria contra la corrupción para, con el pretexto de combatir la corrupción fujimorista, apañar la deshonestidad de otros individuos y grupos políticos y empresariales. Mientras tanto, la desconfianza de la ciudadanía en los políticos y las instituciones sigue creciendo. Cuatro de cada cinco peruanos no se sienten representado por los políticos, según la última encuesta de Datum. La elección de varios líderes radicales en los recientes comicios es un indicio de por dónde puede desfogarse la indignación popular.