Las condiciones sobre las que se asienta la democracia peruana han sido siempre precarias: pervive bajo relaciones de poder disfuncionales, donde los dueños de los partidos construyen una agenda del país a la medida de su conveniencia y los actores de la sociedad civil tienen muy poca capacidad de veto para frenar las bravatas y las corruptelas. Como todas las relaciones decadentes, estas no terminan de romperse y desparramarse, más que por la voluntad de los políticos, por la profunda mediocridad de sus actores, que ni siquiera tienen la suficiente maledicencia para complotar y urdir planes siniestros. Al Perú contemporáneo lo salva del abismo, no los héroes, sino la profunda ineptitud de los villanos.
Ahora, resulta que nuestra izquierda política parece estar dispuesta a condecir, justificar y aguantar filiaciones inaceptables con el terrorismo y la misoginia, que a estas alturas resultan clamorosas alertas de que el presidente Pedro Castillo no tienen ningún empacho en aguantarlas con tal de convivir con los que le otorgaron su cuota de poder para llegar a Palacio. Surgen defensores del absurdo y de ridículos argumentos que intentan volver a escribir la historia, enfrascándose en debates estériles e insultantes que tanto daño le hicieron a la izquierda en los primeros años de la violencia senderista, y a los que hoy vuelven a meterse. Es patente y clamoroso el ensordecedor silencio de la izquierda progresista frente a tantos nombramientos y comportamientos injustificables. La fábula de Stalin y la gallina.
Pero nuestra derecha anquilosada no ha perdido tiempo de ponerse a la altura, regentada por los grandes perdedores políticos y animada por algunos oligofrénicos autores de la teoría del fraude electoral que, según uno de los más importantes entrevistadores peruanos, ahora se dedican a embaucar a aristócratas con el cuento de importar agentes del Mossad para demostrar que hubo fraude en las elecciones y así tumbarse al Gobierno de Castillo. Resulta desconcertante que el liderazgo de la coalición pro-vacancia esté en manos de políticos impopulares, pero es más asombroso que el disparate pueda ser capaz de costarle a varios cándidos la friolera de US$350 mil. ¿Quién en su sano juicio gastaría tanto dinero en tratar de probar algo tan manifiestamente irreal? Me dirán: eso no es nada, han convencido a muchísimos más de gastar mayores cantidades de dinero en este absurdo operativo.
Y así convivimos, lanzándonos cuchillos, coqueteando con los botones de autodestrucción de nuestra Constitución, acariciándolos mientras los políticos deshojan margaritas: vacancia, censura, disolución. Hemos entrado en ese espacio y tiempo en el que el escalamiento del conflicto es tan costoso para el Ejecutivo y el Legislativo que se lanzan desafíos callejeros que no terminan de encarnarse en amenazas ciertas. Si un día el presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, afirmó que un camino posible era hacer cuestión de confianza en caso le censurasen a un ministro y, como consecuencia, cerrar el Congreso, nuestra presidenta del Congreso le responde ahora diciendo que la calle pide la vacancia presidencial –habría que preguntarle por qué calle ha caminado. Tal vez ha dado unas vueltas a su manzana y ha organizado un ‘focus group’–.
Como sea, el Gobierno parece haber entrado en una meseta de comodidad burguesa en la que su desaprobación, según CPI, se ha detenido e incluso recupera algunos puntos. Esto, antes de ser entendida como una reacción ciudadana por sus recientes medidas políticas, parece estar más relacionado con el caudal de empatía y sentimientos que guardan con él una parte de su electorado. Al parecer, gran parte de la ciudadanía no sufre tantísima indignación frente a los señalamientos justificados contra el Gabinete Bellido y, en la ponderación de intereses, parecen más preocupados por la reactivación económica del país. Si este es el escenario, el último mensaje del presidente Castillo no ha ofrecido, más allá de los bonos y el crecimiento de la inversión pública, señales claras de reactivación económica. Como siempre, el golpeado ciudadano peruano baila solo con su pañuelo mientras el Ejecutivo y el Legislativo preludian una nueva guerra de guerrillas, sin que apenas hayan aprendido algo de nuestros últimos cinco años. Bienvenidos a la eterna crisis presente.